Yo fui un niño de tata. Se llamaba Lidia Díaz. Mis padres –ya entrados en años para la época– la contrataron para que me cuidara. Aquel era su trabajo prácticamente en exclusiva. Siempre me contaron que al llegar a casa Lidia era una chica menuda, prácticamente una niña. Algunos amigos o parientes advirtieron a mis progenitores que mi tata era una cría y que en cualquier momento el niño mimado que fui se le iba a caer de las manos. Pero Lidia me cuidó como no lo hubiese hecho ninguna otra persona. Paciente y solícita, solo tenía ojos para mí. Con el paso del tiempo mi tata pasó a formar parte de la familia. Al tiempo que ella me atendía mis padres la atendían a ella. Cuando Lidia se echó novio éste tuvo que demanar entrada a Can Segura, adónde acudía a festejar los días que marcaban los cánones de la época.
Tata mía
16/06/24 0:30
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