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La legislatura actual pasará a la historia como la del fango. De ello se han encargado nuestros políticos, que han recurrido a la fórmula mágica del lodo glutinoso como una muletilla de absorción que convierte cualquier comentario, afirmación o insinuación, en un escenario pantanoso que parece hundir todo lo que se acerca a la movilidad de su suelo húmedo. Hace unos días, escuchando las declaraciones de nuestros políticos nacionales a propósito de cuestiones muy diferentes, me di cuenta de que para todo -en realidad para cualquier cosa- utilizaban la fórmula estereotipada de una supuesta máquina productora de fango como metáfora para desdeñar a su contrario. Es una metáfora -dicho sea de paso- utilizada de manera sobreabundante en discursos tanto breves como largos, convirtiéndola en una imagen reiterada hasta el aburrimiento. Lo cual me recuerda aquella afirmación atribuida a Abraham Lincoln que decía que se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.

En el arte de la política, el uso de muletillas en el lenguaje está muy mal visto. Quien las utiliza, pero sobre todo quien las repite, evidencia una notable carencia de estrategia persuasiva, ausencia de convencimiento y notable debilidad argumentativa. No se puede repetir la misma fórmula más de diez veces en un discurso de menos de cinco minutos. Hablar del fango y de la máquina que lo produce se ha convertido en una moda política anodina que muestra una preocupante carencia de argumentos fundamentados. La reiteración de estereotipos demuestra una gran pobreza dialéctica política. Quizás, además de fango deberían hablar de limo, de légamo, de cieno, de lama, de lodo o de barro. Eso sí, todo en su justa medida, no sea que convirtamos el país en un enfangado estercolero.