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El Consejo de Ministros, con la intención de justificar la felonía, nos había descrito el efecto balsámico que la ley de amnistía ejercería sobre los golpistas catalanes: volverían al redil democrático y a la reconciliación. «Los indultos y la amnistía han dado el resultado que pretendíamos», nos aseguraron. Pero en eso, los sediciosos fueron más sinceros: ni reconocieron el grave daño causado ni pidieron perdón ni manifestaron propósito de enmienda. Antes bien, siempre amenazaron con volverlo a hacer. También aseguraron que esas medidas solo servirían para investir a Sánchez y que, para cualquier otra concesión, este tendría que pasar por taquilla de nuevo.

La infame mentira del Gobierno ha quedado en evidencia tras la constitución de la Mesa del Parlament, la rebeldía ante el TC y las nuevas e inconstitucionales exigencias, que, de aprobarse, perjudicarían al resto de españoles. Los sediciosos han vuelto al punto cero del ‘procés’ dispuestos a reanudarlo, quizás de forma pactada si para entonces sigue el mismo personaje de inquilino de La Moncloa. O a las bravas, aprovechando la poda del Código Penal.

Hay que volver a la humillación del Estado, al ultraje a la nación plasmado en los fervorosos aplausos, y felicitaciones de la bancada socialista el día que se aprobó la ley de amnistía. Se fundieron estos con los que conseguían el borrado legal de su fechoría, la presencia de un negociador extranjero en la firma del acuerdo y su vuelta a los cargos políticos con todos los honores. ¿De qué se felicitaba, qué aplaudía ese partido mutado en secta sin autonomía moral en su seno? ¿De arrodillarse ante los golpistas? ¿De qué los que cumplieron con la ley sean humillados y los que dieron un golpe de Estado hayan sido amnistiados y ocupen puestos que les permitirán intentarlo de nuevo?

Es esta una norma innecesaria que no mejora la convivencia, que desprecia la igualdad ante la ley, que erosiona el Estado, que es rechazada por el setenta por ciento de los españoles, los jueces, los tribunales, las instituciones democráticas, incluso por los socialistas mismos hasta hace unos meses. Innecesaria para todos excepto para el endiosado caudillo si quería seguir durmiendo en el colchón de La Moncloa