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La red (Irwin Winkler, 1995) es una película sobre la manipulación cibernética. Ahora, las redes sociales (RRSS) son el nuevo El Dorado. Pasamos de una sociedad de fanatismo, ignorancia y tiranía, centrada en un Dios creador -los reyes eran nombrados, así lo hacían constar en sus monedas, «por la gracia de Dios»-, al racionalismo cartesiano, con su ulterior desarrollo en el ilustrado y revolucionario principio de su soberanía y sus corolarios de libertad, igualdad y fraternidad. El camino del sufragio universal fue largo hasta incluir el voto femenino. Las dos grandes guerras congelaron los incipientes planes de solidaridad social surgidos a finales del siglo XIX y principios del XX. Luego, nuestros abuelos retomaron esas simientes de protección social, expandiendo la educación y sanidad públicas y las pensiones, en una sociedad de natalidad creciente, basada en normas, principios legales y morales. Se buscaba labrarse un sólido porvenir, tener trabajo estable y casarse. Pero la sociedad y el empleo devinieron en algo mucho más precario, en lo que magistralmente Zygmunt Bauman definió como modernidad líquida. Ahora emerge una sociedad no ya líquida sino etérea, intangible. Lo que cuentan son las RRSS y los ‘me gusta’. Las viejas normas del mundo físico se tambalean. Pronto votaremos desde una terminal inteligente y las papeletas de voto desaparecerán. Los grandes medios profesionales de prensa escrita, radio y televisión ceden el paso a nuevos influencers, que pueden actuar sin formación, sin código ético ni respeto a las normas. Se permiten difundir bulos e incluso aconsejar las mayores barbaridades científicas porque su título de coach se certifica con los millones de ‘likes’ y sus ingresos. Es una nueva sociedad de mercantilismo intangible. Me pregunto: ¿cuánto tardarán en caer los programas sociales o las pensiones de solitarios ancianos que ni están en las RRSS ni les aportan nada a estos nuevos líderes digitales?