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Asistir a un concierto de Bruce Springsteen es participar en una ceremonia donde la fuerza de la vida y magia de la nostalgia se dan la mano para llevarnos allí donde duermen todos nuestros sueños y despertarlos. El primer acorde te lleva directamente allí donde diste tu primer beso, donde aquel amigo te habló del mal de amores que sufría, donde las primeras cervezas te volaron la cabeza, donde perdiste tu último empleo, y donde, destruyendo tu soledad, su voz te ayudó a levantar. Allí, en pie en las primeras filas, esperas a que salga a cantar todas esas canciones que han formado parte de tu vida. Y allí, en pie en las primeras filas, hablas con personas a las que no has visto nunca pero que sabes que conoces desde siempre porque han vivido lo mismo que tú, han sentido lo mismo que tú, han soñado lo mismo que tú, y lo han hecho al arrullo de Bruce y su legendario rock&roll, un rock&roll que no ha muerto ni morirá jamás.

Le basta levantar una mano para hacerte sentir que tú también formas parte de la banda, de esa mítica E Street Band que ha recorrido todas las carreteras poniendo música a tus kilómetros, sueños y esperanzas. Cuando estás allí, frente a él, frente a su legendaria banda, te ves rodeado de soñadores sin remedio como tú, de personas para las que aquello es tan importante como para ti, de jóvenes sesenteros que nunca han dejado de soñar, de veinteañeros que empiezan a hacerlo, de gentes venidas de todas partes del planeta que acuden a la llamada de Bruce. Cuando él sale a la carretera sabes que nunca te defraudará, que lo dará todo y que estará junto a ti, porque es a ti donde lleva su carretera del trueno y es de ti de quien habla su río, el río que nos lleva.

No soy de los que han asistido a más conciertos de Bruce, los míos no pasan de veinticinco, pero llevo cada uno de ellos en lo más hondo del corazón. Mis amigos de Peralejos de las truchas llevan de cincuenta para arriba y le siguen allí donde vaya, y no pararán hasta que Bruce vaya a ese pequeño pueblo de la España vaciada para cantar The river frente al Tajo. Tiembla, Bruce, las gentes de Peralejos son de las que no se rinden. Se lo enseñaste tú. En el concierto de la semana pasada en Madrid estaba junto a una madre que había llevado a su hija desde Palma para que conociera lo que es Bruce. En el de mañana estaré en Barcelona con mi hijo al que llevé a su primer Bruce hace más de veinte años. Y estaremos allí porque los dos sabemos que, como él nos enseñó a cantar y a vivir, no hay retirada, cariño, no hay rendición.