El verano es la estación de las vacaciones, la fiesta y la diversión, la siesta y el amor. ¿Es realmente así, o es una creencia alimentada por los recuerdos fabricados y la imagen que proyectan los anuncios de Estrella Damm?
Mi concepto mental del verano está estrechamente asociado a la piscina municipal, donde de niña pasaba todo el mes de julio haciendo natación. También a las playas de sa Ràpita o ses Covetes, a donde llegábamos para ‘pegar un capfico' a última hora de la tarde, cuando el sol ya no quemaba. Tantas vacaciones me llegaban a aburrir y esperaba con ilusión que empezara de nuevo el colegio.
Esta época brinda pequeños grandes placeres que con los años he aprendido a apreciar, como ir descalza, ducharse varias veces cada día (si es con manguera, mejor) y echar una cabezadita mientras hago como que miro el Tour. Todo buen mallorquín sabe que hay que ventilar a primera hora del día y enseguida cerrar persianas y ventanas para que no entre el calor, y pasarse el día a oscuras para poder dormir mínimamente bien. La nueva estación, que estrenaremos mañana, empieza con los albaricoques y termina con los higos. La comida y la buena compañía alrededor de una mesa son otro de los grandes regalos de la temporada: sandía, melón, helado, el trempó con cada comida, agua fresca, una cerveza… Es visualizar mi cala preferida, mi libro y mi silla de cámping viendo la puesta de sol, la verbena de después, el montón de trastos que por fin te decides a ordenar, tener tiempo para leer, los días que se acortan… y estar segura de que me espera un gran verano.
Probablemente en estos pensamientos y recuerdos hay algo de inventado, de reconstruido. Ni el verano es tan idílico, ni tiene sentido comparar la Mallorca de hace veinte o cuarenta años con la actual. Antes se podía ir a una cala y estar solo, y ahora es imposible. El aumento de visitantes, la democratización de la información con blogs y redes sociales así como la mejora de la accesibilidad y las comunicaciones han afectado a todos los destinos del mundo, y en nuestro caso se han cargado la tranquilidad y el silencio. Ya no son espacios íntimos, nuestros.
Hay sobrados motivos para estar preocupado por la masificación y, sobre todo, para indignarse por la falta de vivienda y el coste de la vida. La movilización social continuará, y hay que ser consciente de que las acciones de protesta contra el turismo perjudican notoriamente la imagen de la isla, sobre todo si se mantienen en el tiempo. Los extranjeros empiezan a preguntar a residentes qué está pasando aquí y si es peligroso venir. Es por ello que las decisiones, como recordaba días atrás el director de El Económico Pep Verger, deben ser políticas, no técnicas, y conviene que sean valientes y rápidas. No hay tiempo.
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