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Existen dos lugares en el mundo donde las colas son eternas: Los museos vaticanos y el Caló des Moro. Qué cosas. A mis 51 años camino de 52 he de reconocer que jamás he ido al Caló des Moro. Seguramente esto dice muy poco sobre mi mallorquinidad, pero lo superaré. Ahora, con la campaña de promoción de la alcaldesa de Santanyí diciendo que no habla de esa pequeña cala, la verdad es que tengo más ganas de visitarla que nunca, pero me contendré. No hay mejor promoción que decir que no vas a promocionar un lugar en concreto para querer mudarte ahí de por vida. Lejos quedan esos años de vídeos y postales animando a todos a que fueran a visitar los lugares idílicos de ese municipio. Una promoción que funcionó. Demasiado incluso. En mi caso no iré al Caló des Moro por principios. Primero porque no me acerco a las playas o a las calas si no es esposado y bajo amenaza de privación de libertad y segundo porque no me acerco a ninguna playa o cala en la que tenga que hacer cola para entrar. Más que por principios es por sentido común. Ya es suficiente con el atasco diario en la vía de cintura como para tener que aguantar horas al sol para bajar al Caló. Supongo que será porque con el paso de los años lo práctico supera a lo extraordinario. Desgraciadamente no soy lo que ahora se llama un influencer, que no sé muy bien qué es, pero que al parecer cuando esta gente habla una masa enfervorizada de humanos es capaz de seguir a pies juntillas sus mensajes. Incluso influyen en los medios, que es lo peor. El Caló, como tantos otros rincones de la Isla, ha muerto de éxito y cuando esto sucede iniciar la vuelta atrás es imposible por métodos racionales como por ejemplo dejar de hablar de ello. En mi caso, ni he ido y seguiré sin ir. Y al igual que la alcaldesa, ya no hablaré más des Caló des Moro.