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Mallorca acaba de estrenar un verano que puede que sea uno de los más importantes que ha vivido hasta la fecha. Esto se debe a que se esperan cifras históricas de visitantes, en un momento en el que la ciudadanía ha dicho ¡basta! y hay un clamor generalizado contra la masificación turística.

De hecho, ha sido el PP –un partido considerado históricamente más afín a los hoteleros– el que ha recogido el sentir de los mallorquines y ha puesto sobre la mesa medidas, que pueden gustar más o menos. La masificación no ha llegado en 2024, es un fenómeno que se viene produciendo desde hace años y no se ha hecho nada para evitarlo, más bien todo lo contrario.

Los isleños ya no pueden más y así lo han puesto de manifiesto en varias protestas; que, con total seguridad, no serán las únicas que veremos durante esta temporada alta.

Sin embargo, hay que tener mesura a la hora de expresar el malestar que nos genera la saturación, porque gran parte de Mallorca vive, directa o indirectamente, del turismo.

El modelo productivo no se puede cambiar de un día a otro, por lo que es imprescindible que residentes y visitantes puedan convivir en paz y armonía.

Las diferentes administraciones deben aplicar políticas de calado, pero han de hacerlo con la máxima precisión para intentar dejar al menor número de damnificados posible. Pese a ello, siempre habrá colectivos contrarios a decisiones que tocarán sus bolsillos. ¿Qué pasará con aquellas personas que se compraron una segunda residencia para dedicarla al alquiler turístico, pese a no tener licencia? ¿O con aquellos empresarios que invirtieron su patrimonio en un turismo de masas que se tendrá que reducir? Sin duda, habrá damnificados, pero es imprescindible actuar para evitar que Mallorca muera de éxito.