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Al suelo, que vienen los nuestros. El ingenio del ministro quizá más socarrón de la Transición, el gallego Pío Cabanillas (1923 - 1991) dejó para la posteridad la frase que mejor resume la perversidad del llamado fuego amigo, propio de la vida interna de los partidos o de la relación entre aliados. Sobre todo si quienes se dicen socios son los antagonistas más pertinaces. En esta categoría hay que señalar a Vox que en Balears sostiene al Govern del PP pero cuyo objetivo final es arrogarse la hegemonía del espacio político en detrimento de los populares.

El PP ha reaccionado con excesiva prudencia al reciente escándalo del presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, a cuenta de su comportamiento en el trámite para la derogación de la ley de Memoria. Un conocido dirigente empresarial comentaba que el apoyo del PP a Le Senne le resta credibilidad. Muy probablemente la ley en cuestión recoja aspectos que es preciso modificar para superar la discordia social; en todo caso, con la moderación y el diálogo que exigen el tratamiento de cuestiones que de nuevo son tan sensibles. El PP no puede dejarse arrastrar por el fanatismo de Vox ni por los ardides de la izquierda. No estaría de más que tanto defensores como detractores de la revisión de la república, la guerra civil, la dictadura y el franquismo revieran la película de Luis García Berlanga (1921 - 2010) La Vaquilla, cuyo cuadragésimo aniversario se va a recordar precisamente en Palma el próximo otoño de la mano de uno de sus productores, Juan Carlos Caro. La mirada irónica en clave de comedia del director deja en el espectador el sabor del absurdo del enfrentamiento llevado a las últimas consecuencias.

El papelón de Le Senne deviene en misil contra el PP por mor de los acuerdos entre ambos partidos. Más cruento acostumbra a ser el fuego amigo entre conmilitones, del que podría dar cumplida explicación el anterior presidente de la formación, Gabriel Company, cuyo silencio en la retirada, por cierto, ha dado una lección de señorío poco habitual en la política. Los factores de la campaña interna de que fue objeto están hoy en el Govern y en el ayuntamiento de Palma, algunos en el entorno más próximo de la presidenta Marga Prohens. Quien deberá cuidarse de los próximos es el presidente del Consell, Llorenç Galmés. Un reciente encuentro con un reducido grupo de personas con el fin de reflexionar sobre el papel y las expectativas de la institución se ha interpretado en el Consolat de la Mar como una conspiración contra la presidenta. Mal andamos si las iniciativas que pueda desarrollar el Consell en el amplio abanico de sus competencias, en general muy cercanas a los ciudadanos, van a provocar ataques de celos o ser consideradas acciones hostiles. Solo faltaría que iniciativas contra el alquiler turístico ilegal, por ejemplo, se toparan con zancadillas, en lugar de apoyo y colaboración de las demás administraciones. La conspiranoia de este tipo de fantasmas denota inseguridad por parte de quienes los ven.

Al final, mientras las relaciones internas de los partidos y sus aliados van de esa manera, la oprobiosa ley de impunidad, dizque amnistía, sigue su camino. El fracaso definitivo sería tener que parafrasear a Martin Niemöller y que cuando vinieron a por nosotros ya era tarde.