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En 1941, los australianos luchaban junto a los ingleses contra el Afrikakorps del mariscal Rommel, en Egipto. Un joven soldado de aquel país, Jim Moody, se topó a las afueras de Alejandría con un cachorro blanco de raza terrier, al que adoptó. Desde ese momento, el perro y él se hicieron inseparables. Lo bautizó como ‘Horrie’ y se convirtió en la mascota del batallón. En Grecia, donde los aliados huían en tropel ante el avance alemán, el pequeño ‘Horrie’, ya cabo, reveló una especie de superpoder: gracias a su portentoso oído, detectaba a los aviones de Hitler a kilómetros de distancia y se ponía a aullar, poseído. Los soldados australianos, de esta forma, tenían tiempo de ponerse a salvo cuando llegaban los mortíferos Stukas. En Grecia las cosas pintaban bastos y Jim y su perro embarcaron en un barco, que fue hundido. Se salvaron de milagro y llegaron a Creta, pero los nazis eran cansinos y los paracaidistas del general Student cayeron sobre ellos. El terrier fue herido, pero llegó a Palestina con su amo. Para ambos se había acabado la guerra, así que regresaron en un buque a Australia. Allí las leyes de inmigración -humana y animal- eran estrictas, así que Jim tuvo que esconderlo. Pero ‘Horrie’ era como Gabriel Le Senne y no ganaba para sustos, así que en 1945 las autoridades descubrieron el fraude y ordenaron su sacrificio. Fue fusilado el 12 de marzo, en medio de un duelo nacional. Hasta 2003 no se supo la verdad: Jim, en realidad, entregó a un perro callejero enfermo y salvó a su inseparable ‘Horrie’, al que escondió en su finca. Y allí pasó el resto de sus días, mirando al cielo en busca de aviones nazis.