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Odio las citas. Dime lo que sabes». Lo dijo, parece, Ralph Waldo Emerson, y si procuro aplicármelo a mí mismo es porque la mayoría de las citas que circulan por ahí no me las creo. Mi primera gran decepción en la vida fue enterarme de que eso de «lo importante es participar», tantas veces repetido, lo dijo en realidad un cura de Pensilvania y no Pierre de Coubertin, a quien la frase se le atribuye porque le pega mucho más y porque, si no la dijo nunca, es verdad que seguro que la pensó alguna vez. Si Diderot acuñó aquello de ‘l’esprit de l’escalier’ para nombrar (cito textual la Wikipedia) «el acto de pensar en una respuesta ingeniosa cuando es demasiado tarde para darla», algún nombre habrá que darle también a ese acto que supone atribuirle respuestas ingeniosas a quienes no las dieron nunca. Que Picasso, ante un oficial nazi y una imagen del Guernica, nunca respondió a la pregunta de si aquello lo había hecho él con un valiente «no, lo hicieron ustedes», lo reconoció incluso el propio Picasso («sí, es cierto, más o menos») con una sonrisa y un encogimiento de hombros bastante tiempo después. Ni siquiera Voltaire dijo aquello de «no estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo», por más que seguramente reflejara también su pensamiento. Mucho menos suyo, me temo, es aquello otro que a los que escribimos en los periódicos nos vendría muy bien anotar en cualquier caso: «Todos los estilos literarios son buenos menos los de estilo aburrido». Pero todo eso ya lo dijo a su manera Groucho Marx: «Citadme diciendo que me citaron mal».