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Franceses llamando a formar el batallón. Italianos, a prepararse para la muerte. Y portugueses, a tomar las armas. Y eso que el partido todavía no ha comenzado. Poco nos pasa, francamente.

Hace mucho ya que vengo diciendo que si algo está de más en los torneos de fútbol es esa anacrónica interpretación de los himnos nacionales con los jugadores alineados junto a la banda ante sus aficiones antes del inicio de los partidos. Algún día alguien debería darse cuenta de la contradicción que existe entre las habituales y racionales llamadas a la deportividad y el juego limpio y esa apelación al sentimiento nacionalista y la pasión identitaria que supone la imagen de miles de personas en un estadio vociferando con el rostro congestionado estribillos que coreados en cualquier otro momento del partido y despojados de la música obligarían, al menos en España, a intervenir de oficio a la Comisión Antiviolencia. Y menos mal que esto solo es la Eurocopa. Ya verán cuando llegue el Mundial y aparezcan los mejicanos dando gritos de guerra mientras la tierra tiembla al sonoro rugir del cañón.

Que la afortunada ausencia de letra en el himno español convierta su interpretación en un festivo tarareo viene bien para recordar aquello que dijo no se sabe muy bien quién (ya estamos otra vez) de que el fútbol solo es la cosa más importante de las cosas menos importantes.