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Hablaremos de José Antonio porque es necesario. Todos sabemos ya quien fue José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. Hijo del General Primo de Rivera. No me detendré en su breve pero intensa biografía, no es mi objetivo en este artículo. Advierto, también, para no defraudar a los posibles lectores, que no voy a enjuiciar la bondad o no de José Antonio, ni de su pensamiento político, ni tan siquiera de la conveniencia de fundar la Falange.

Citar a José Antonio, como citar a cualquier otro político, pensador, filósofo, historiador… requiere unas dosis de honestidad intelectual para no caer en la manipulación del pensamiento citado. Ocurre que un servidor siente debilidad por D. Miguel de Unamuno y sus ensayos. En una intervención parlamentaria cité a Unamuno, fue una cita larga, oportuna, contextualizada en virtud de los acontecimientos acaecidos el pasado mes de octubre en el Parlamento de las Islas Baleares. Lo mismo ocurre con José Antonio, o si tanto quieren, con cualquier otro autor. Para citar a alguien se requiere conocer muy bien su pensamiento, su historia, su evolución y tratar de contextualizar debidamente la cita que se pretende traer a colación. No todo vale, por supuesto.

Como diría Ortega el lenguaje es elíptico y el autor de un texto o de un discurso va mucho más allá de sus propias palabras. El pensamiento es más amplio que el lenguaje. Por esa razón no sólo hay que leer a los autores, sino hacer el esfuerzo de entenderlos en toda su complejidad de vida personal e intelectual y, desde luego, en su contexto histórico. Las grandes ideas puestas en manos de iletrados se convertirán irremediablemente en un lodazal de espurios intereses personales o colectivos que nos llevarán al desastre.

José Antonio no tuvo un pensamiento monolítico. Todos sabemos que fue monárquico y más tarde republicano. Buscaba restaurar el nombre de su padre al que sentía traicionado por Alfonso XIII, de ahí su republicanismo posterior y la fundación de la Falange. Al brillante y joven abogado, después convertido en político como diputado de las Cortes republicanas, le aconteció lo que a toda persona humana que no es otra cosa que convertirse en un ser histórico, con una evolución que en su caso quedó truncada en 1936 con su asesinato por la locura de odio en la que se convirtió la Guerra Civil española. Ciertamente no podemos hacer conjeturas de cómo hubiera sido su pensamiento posterior, no sabemos si se hubiera avenido con Franco, aunque por el encuentro que mantuvieron ambos organizado por Ramón Serrano Suñer, antes de la Guerra Civil, más bien parece que no, José Antonio quedó muy contrariado.

¿Cómo entender entonces a José Antonio? Nos ayudará sin duda bucear entre sus mejores amigos y colaboradores. Raimundo Fernández-Cuesta, Dionisio Ridruejo y Ramón Serrano Suñer. Todos ellos disfrutaron de la íntima amistad de José Antonio y todos ellos recorrieron caminos diversos, siendo los tres herederos de las confidencias, pensamientos y, sobre todo, amistad de José Antonio. El primero de ellos, Fernández-Cuesta, falangista de la primera hora, asumió una docilidad y sumisión al franquismo sin ninguna duda, fue ministro de Franco durante muchos años. El segundo, Dionisio Ridruejo, también camisa vieja, después de un primer momento franquista y colaborador del régimen (fue incluso voluntario de la División Azul), cayó en el desengaño y avanzó hacia posiciones socialdemócratas, creyendo encontrar en ellas la virtud del auténtico falangismo.

Es con toda seguridad el más fiel amigo del fundador de Falange. Por último, Serrano Suñer que, sin haber sido nunca falangista, asumió la responsabilidad de intentar materializar las ideas de José Antonio en el franquismo con un resultado por todos conocido en la construcción del Nuevo Estado, cuyo guion sería el libro del tradicionalista Víctor Pradera con el mismo título y que el cuñado de Franco desarrollaría en una ingente labor de conversión de un estado campamental totalmente militarizado a las estructuras de un modelo de estado al estilo y copia del italiano de Mussolini.

Serrano Suñer, abandonado ya el franquismo y después de pasar por la socialdemocracia de Ridruejo, acabó en posiciones más bien monárquicas y demócrata cristianas, aunque admito que ello pueda discutirse. Visitó con frecuencia a D. Juan de Borbón en Estoril y le trató de Majestad. Fue profesor de la Reina Sofía. También son muy significativas sus famosas «terceras» de ABC en los años ochenta. Su conversión a la monarquía parlamentaria está fuera de toda duda. Su visión de la política entró en los parámetros antes mencionados. Evidentemente hay otros amigos de José Antonio como el Conde de Montarco y el periodista Manuel Aznar, abuelo de José María Aznar, pero los tres primeros son sin duda los más importantes tanto por el grado de amistad, afinidad y protagonismo político vivido.

Sabemos pues como evolucionaron los mejores amigos de José Antonio, ¿cómo hubiera evolucionado él? ¿Hubiera permanecido con un pensamiento político monolítico? Más bien pienso que no, nunca fue así a lo largo de su corta vida. Pero es cierto que no sabemos cuál hubiera sido su devenir intelectual. Retomamos aquí las citas descontextualizadas de José Antonio para reforzar con argumentos de autoridad el fatuo discurso de algún político. No son aceptables. Menos aún, cuando se hacen sin el debido respeto al contexto histórico, pensando que José Antonio, y esto vale para cualquier autor, es ese que se ha leído de manera precipitada, buscando más bien un argumento favorable para el propio discurso que no un pensamiento que siguió evolucionando en tres vertientes como hemos visto después de su muerte.

La conclusión es lógica, no podemos manipular a los autores con citas precipitadas, poco precisas y descontextualizadas. Hay que tener rigor académico, humildad intelectual y honestidad personal. Nos hemos acostumbrado que en la política todo vale y no debiera ser así. No pretendo canonizar el pensamiento de José Antonio ni denostarlo, es un personaje histórico. Pretendo denunciar el abuso de la cita de autores ya fallecidos para dar argumentos de validez a algunos fatuos discursos repletos de ocurrencias, pero vacíos de contenido que a día de hoy han resurgido en el panorama político y que pretenden resucitar una suerte de «maurismo callejero» absolutamente trasnochado y caducado. Siguiendo el símil y si algunos se sienten cómodos con esta nomenclatura, para que nos entendamos y para que me entiendan, me he situado decididamente en el «maurismo parlamentario» y he abogado siempre por pactar con Dato.