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Como la mayoría de personas de cierta edad, he pasado por algunos accidentes graves. En uno de estos, el médico que me atendió, cuando ya teníamos cierta relación empática, me preguntó: ¿Cómo lo haces para tener este espíritu incombustible? Le contesté que primero soy igual de débil que cualquier otro, pero tengo un principio ante la adversidad: girar la tortilla. Explícamelo, me dijo. Cuando estás en el abismo tienes dos opciones: hundirte e instalarte en el desasosiego y el miedo o aprovechar para aprender y crecer como persona. En el abismo, en la soledad del camino a la muerte, hay un silencio atronador. En estos momentos, puedes escuchar enseñanzas de vida, que solo se pueden oír con frecuencias muy bajas. El ruido del día a día no nos permite atenderlas como es menester. En aquel momento, puedes oír el susurro de las auténticas verdades. Cierto es que en la meditación puedes llegar con mucho entreno a oírlas. Pero, en mi caso, de joven lo descubrí, en mi primera enfermedad grave. Entonces descubrí la técnica de girar la tortilla.

El vacío total puede llenarse de sabiduría y resiliencia. Invito a todos los que pasan por estos momentos que intenten hacerlo. A lo mejor se asombrarán de las posibilidades que ofrece la vida para evolucionar, para crecer por dentro. El llanto del alma provoca o la destrucción que deja huella o es el oasis para abastecer de agua de vida el siguiente episodio. Hace unos meses, un amigo que está sumido en una tragedia personal me contactó. En las postrimerías de nuestra conversación me dijo. Eres el único que no me has dado ningún consejo ni consuelo, pero creo que te he entendido. Esta semana me visitó, me abrazó con una energía que conozco perfectamente y me dijo en voz baja: «Gracias, me ha funcionado.» Fue emocionante. La vida te obsequia con regalos que son maravillosos. Convertir un fracaso o adversidad en una posibilidad es un milagro. Me preguntaron si creía en los milagros. Contesté que sí con rotundidad. El milagro no es que a un manco le crezca el brazo. Sino que con el que le queda pueda realizar una vida con normalidad. Recibí un vídeo de una persona al que le faltaban los brazos. Con los pies tocaba maravillosamente bien la batería. Estos son los milagros que podemos ver con frecuencia si estamos atentos. Dejad los consejos de listillos vendiendo fórmulas magistrales para la felicidad, la salud o la fortuna. Los milagros los tenemos en un sagrario que todos tenemos, pero que en muchas ocasiones no conocemos. Buscarlo con humildad es el principio de una catarata de energía vital, que incluso en la decrepitud física, la puedes disfrutar. Agradezco sus enseñanzas a los maestros de la vida, a los silencios, a las soledades al igual que a las fuentes de sabiduría en las que he podido beber en mi camino. Ninguno es profesor universitario. Todos ellos –algunos, analfabetos– son catedráticos de la facultad del sentido común.