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Un partido que amenaza con acabar con la fiesta no me parece fiable. Y eso que no salgo nunca a ningún lado, pero entiendo que hay cosas que no se pueden tocar ni harto de vino (bueno, eso sí). Coñas aparte, que un tipo de bronceado de microondas y de buen jalar, más conocido por su faceta de trolero pagado de sí mismo que por su capacidad intelectual, venga a hacernos saber que se acabó la fiesta pues fastidia, ya que al pobre desdichado en que me convertí, tras abandonar la carrera de Historia por la puerta de emergencia, no le agradan los tipos que tratan con condescendencia a los demás. Parece que con soltar una cuantas bolas e insultos varios, uno se puede alzar con 800.000 votos o lo que sea y eso me hace plantear cuán equivocado he estado en mi vida si basta con mostrar tu faceta más ruin adornada con una sonrisa sarcástica propia del mejor de los amigos que uno pueda obtener en esta vida cruel. A Alvise hace más o menos un mes no le conocía ni de oídas. Hoy me harto de escuchar su nombre y no precisamente para bien; lo mismo que me pasó con el amigo Abascal, pero, oye, se las arreglan para montárselo de lujo soltando exabruptos por esas bocotas mestizas que Dios les ha concedido. Ya no sorprende que Alvise llegue diciendo que tiene pruebas fidedignas y amenace a todo Cristo con hacerlas públicas. Y no sorprende porque los bulos son fáciles y sencillos de crear y sólo se necesita poseer una pobre alma desalmada y desahuciada. Hasta el momento, lo único que tiene es una amplia colección de denuncias que irá aumentando para su regocijo y así poder fardar frente a sus huestes como prueba de su ingrata implicación en desvelar «la verdad». Su única verdad, la que no deja de mostrarlo como un mero estereotipado que ha llegado al patio del colegio para continuar batiendo palmas y que la fiesta continúe con la música que más le convenga.