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Como algunos de los que recalan en esta tribuna saben, llevo un tiempo impartiendo talleres de escritura creativa. La última semana de clase, para despedirlo, propuse a los alumnos que escribieran un relato. Solo les puse dos requisitos: que no tuviera más de tres mil palabras y que se titulara Taller de escritura. En una de las propuestas, me encontré con estas líneas: «Un día el profesor salió del aula sin decir nada y yo pensé que se encontraba indispuesto. Volvió a entrar desplegando un paraguas rojo. Era una metáfora de lo que necesitaban nuestros relatos. Sin ese paraguas ocupando el espacio, provocaríamos el desinterés de nuestros lectores». Por supuesto, siempre que voy a la academia donde se imparte el taller me desplazo en paraguas rojo. Es importante predicar con el ejemplo. Además, es un medio de transporte altamente sostenible. Sin paraguas rojo, no hay literatura. El trabajo del escritor es averiguar cuál es su paraguas rojo.