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En la versión teatral de la novela Cinco horas con Mario de Miguel Delibes uno de los reproches que la recién viuda, le hace a su marido -de cuerpo presente- es que ni siquiera tuvieran coche. «¡Pero hombre, si hoy tiene coche todo el mundo!», cómo no va a tenerlo un director de instituto, que esa era la profesión del finado cuando aquél era un cargo de prestigio. Años después Moncho Alpuente popularizó una divertida canción: «Adelante hombre del seiscientos, la carretera nacional es tuya». En un ejemplo de que en ocasiones no sólo no se evoluciona, sino que se involuciona, al menos mentalmente, la presidenta de la Federación Empresarial Hotelera de Mallorca tiene la ocurrencia de que los ciudadanos de Mallorca cambiemos de chip (sic), dejemos de emplear el coche y vayamos en transporte público para descongestionar lo que en principio debería ser primordialmente para nuestro uso. Obviamente, así los coches de alquiler y turistas se sentirían menos agobiados. O sea, una privatización de la red viaria de la isla, sin compensar a los insulares.

Algunos defienden que quien realmente gobierna Mallorca son los hoteleros. En cualquier caso, de que se trata del más importante grupo de presión puede haber pocas dudas. Pero de ahí a decirnos que no saquemos el coche para que hordas de teutones, ingleses y demás elementos exógenos puedan circular más libremente hay un trecho.

Mi padre nunca tuvo coche. Se puso a trabajar a las siete años a cambio de la comida tras la muerte de mi abuelo. En los años cincuenta se colocó de cocinero en el hotel San Francisco, adonde desde la calle Reina Violante se dirigía en bicicleta. Al cabo de tres años, cansado de las condiciones laborales impuestas, pasó a un hotel de Cala Major. Allí iba en moto, pues tenía un conocido que trabajaba en Tráfico que un día le dijo si quería el carnet de coche, a lo que mi padre contestó: «I què he de fer jo amb es carnet de cotxo si mai en tindré?… duguem es de moto». Por esa vía tan mallorquina, sin examen, ni trámite alguno, consiguió el carnet. Pasó luego al Hotel Son Caliu (1964), donde iba en autobús. Allí que se iba cada mañana desde la calle Pont y Vich a la plaza de la Reina. El bus se tiraba una hora para llegar a Son Caliu, por lo que debía levantarse una hora y media antes de entrar a trabajar. Con el tiempo le pasó a recoger mestre Bosch. Yo mismo cogí esa línea, mejorada pero igual de lenta, los veranos que allí trabajé.

Mallorca creció gracias al turismo y, por tanto, en parte gracias a los hoteleros, pero también gracias a trabajadores como mi padre y sus peripecias para llegar a su lugar de trabajo. Mallorca se enriqueció también gracias a tantos trabajadores que venían o ya vivían aquí con dos únicas obsesiones: ahorrar para comprar un piso o poner un negocio en su lugar de origen y que sus hijos estudiaran para que no tuvieran que vivir como ellos. O sea, señora, que un poco de respeto. La carretera es de todos y, si me apura, primordialmente de los que aquí vivimos desde hace un tiempo largo que, por cierto, algún día deberíamos determinar.

Leo, además, que el Govern, o sea Vd., subvencionará la implantación de camas para que puedan limpiarse las habitaciones más fácilmente. Por experiencia familiar y personal sé como hay turistas que se creen que la habitación es un lugar sin ley y como las trabajadoras se encuentran lo que esos turistas de ninguna manera harían en su país y en su casa. Como soy un hombre de orden, si he de contribuir con mis impuestos al cambio de cama para mayor beneficio de las empresas hoteleras, así lo haré; me limitaré a tenerlo en cuenta en las próximas elecciones.

No sé qué pretende la Sra. Frontera con otras manifestaciones de la masificación que, por lo visto, provocamos vd. y yo. ¿Cómo conseguir que un ser humano pueda transitar con cierta holgura por la calle San Miguel? ¿Ponemos turnos? También podemos dedicar San Miguel a los turistas y la calle Sindicato -quien te ha visto y quien te ve- para los empadronados en Mallorca, no diré mallorquines porque son dos categorías sociológicas que intento diferenciar. También podríamos tener cafés para unos y otros, pero entonces el Govern debería subvencionar a los dedicados a la parroquia local que, obviamente, ganarían menos dinero. ¿Y qué decir de los taxis que se niegan a pararse por Palma cuando te ven con pinta de mallorquinarro?

O tempora, o mores, benditos años aquéllos en que los turistas tenían sus espacios de los que casi no salían y Palma, el interior, las playas del sur de la Isla eran para los indígenas. Hombre, resultaba un poco raro e incluso incómodo encontrarte a medio Montuïri y tres cuartas partes de Porreres en la Colònia pero visto lo visto era más asumible. Total, que hay gente con mucho morro que ens vol fer crure que la Mare de Déu nom Joana.