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Lo mejor de las listas de asuntos pendientes llega con el momento en que tachas los que has cumplido. Esa raya –que tanto puede ir de izquierda a derecha como de derecha a izquierda– con la que partes por la mitad la línea con el asunto pendiente que ya ha dejado de estarlo al completar ese trazo. A veces, es más que un trazo fino y permite leer todavía lo que habías escrito; a veces es un tachón que lo oculta todo y, según el impulso que pongas, incluso puedes rasgar el papel. Las listas con objetivos a lograr valen para cualquier época del año y no es preciso irse de vacaciones (anotación para una futura lista: que un año las vacaciones llenen todo el mes de agosto o buena parte) para ponerse con una. Es cierto que si estás de vacaciones puedes llegarte a creer que tendrás más tiempo para cumplir las cuestiones pendientes que has ido anotando. Pero no necesariamente es así. El tiempo se acorta en vacaciones (y no digamos en los fines de semana, pero eso queda para otro día con más tiempo). Quizá es por el recuerdo que todavía nos acompaña de cuando las vacaciones duraban tanto –entre finales de junio y mitad de septiembre no ibas al cole– y hasta tenías días y semanas para todo, también para aburrirte. Pero siempre las vacaciones quedaban con el recuerdo de lo mejor, un recuerdo que podía ser de algo que ocurrió en un momento, de algo que te pareció una gesta, de un sabor (el de un corte de helado, por ejemplo), de un encuentro, de haber conocido a alguien, de haber descubierto un camino que no conocías. El tiempo es así, tienes todo el tiempo de mundo (también para aburrirte) pero te has acostumbrado a ir tan rápido, a pretender hacerlo todo a la vez como si no hubiera mañana, que el primer punto de cualquier lista de asuntos pendientes tendría que ser desconectar también de las listas de asuntos pendientes.