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Al filósofo español, que sin embargo escribió siempre en inglés, incluso su nombre: George Santayana (1863-1952), se le atribuye la paternidad del aforismo que dice: «Quien olvida su historia está condenado a vivirla de nuevo», popularizado después de la Segunda Guerra Mundial y convertido en lema de la resistencia contra el olvido de la historia. El mensaje consiste en recordar el pasado para evitar los males del futuro.

Si bien eso que parece sencillo no lo es tanto, porque los hechos históricos se interpretan y se problematizan cuando los relatos que se manejan no son pacíficos. Lo que suele ser habitual. Ocurriendo entonces que se forman corrientes, diciendo blanco unos donde otros dicen negro. No siendo entonces cuestión de recuerdo o de olvido, sino de verdad o no verdad. No necesariamente mentira, pues se puede incurrir en error de buena fe, como ocurre con el adoctrinamiento. Lo que tampoco ha sido infrecuente. Mas nunca resulta fácil modificar una opinión interiorizada. Sobre todo, si al conflicto lo acompañan odios perpetuados o si la política fomenta controversias sobre sus causas. Lo que ocurre con nuestra Guerra Civil del 36/39, que a los 85 años de finalizada todavía se plantean e impugnan causas y legitimidades. Y lo más insólito del caso, que ahora el gobierno pretende zanjar esas discrepancias a través del BOE o lo que es lo mismo, mediante una historia oficial.

En cuanto a la memoria, si no hemos conocido directamente unos hechos, como es el caso de la Guerra Civil, no podemos tener propiamente memoria de ellos, ni recordarlos ni consecuentemente ser testigos de ellos ante un tribunal de justicia; pues los testimonios deben prestarse –por exigencia legal– con relación a hechos conocidos directamente por el testigo; no de oídas ni leídas.

Para el indudable conveniente conocimiento de la historia y con ello la evitación de los riesgos de su ignorancia, procede acudir a los historiadores, y adherirse a un relato sustentado con fuentes solventes. Siempre susceptible de reconsideración. A sabiendas de que no es fácil labor y que la historiografía ha recogido grandiosas mentiras que han pasado cierto tiempo por verdad.

En fin, al aforismo de Santayana, sin merma de oportunidad, lo apostillaría añadiéndole: «Quien la conoce mal –a su historia– está en peor situación que quien la ignora, ya que es más fácil aprender algo que reconocer que se ha estado en el error».