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A lo largo de la historia de ETA murieron en atentados terroristas 853 personas, entre 1968 y 2009 (41 años). En el ataque islamista de marzo de 2004 se dejaron la vida 192 personas. Son eventos trágicos que todos llevamos en el recuerdo. Nos estremecemos cuando volvemos a ver las imágenes, nos indigna que cosas así hayan podido suceder cerca nuestro. En cambio, cuando se habla de crímenes machistas parece que el sesgo es otro. Apenas se les dedica un minuto en los informativos, se pasa página rápidamente y nadie se dedica en cuerpo y alma a estudiar el tema, a analizarlo al milímetro para intentar contenerlo, no digamos ya detenerlo. Es casi como si pretendiéramos devolverlo al entorno familiar, discreto y privado en el que ha subsistido durante siglos. Mirar para otro lado, no comentar, ni intervenir. Pero tras ese fenómeno que, lejos de menguar, crece cada día, se ocultan 1.260 víctimas mortales desde 2003 (21 años). Muchas más que todos los asesinados por terroristas a lo largo de la historia. Si fuéramos atrás en el tiempo, la cifra sería espeluznante. Más si tenemos en cuenta que esos muertos, a golpes, a tiros, a cuchilladas o empujados por el balcón, son mujeres y niños. En los últimos años hay un asesinato cada semana, como mínimo. Puntual como un reloj, más de cincuenta veces al año un hombre asesina a su mujer y, a veces, involucra además a los hijos o las madres. Lo que vemos en una película y nos parece una monstruosidad ocurre a nuestro lado cuatro veces al mes. ¿Es que nadie va a hacer nada? Sé que se han puesto medios, que hay medidas, pero claramente fallan o, al menos, son insuficientes. España se vanagloria de ser uno de los países más seguros del mundo. No para las mujeres.