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Aunque en 1945, el lenguaraz Henry Miller, en Una pesadilla con aire acondicionado, ya avisó de sus inconvenientes, muchos todavía dirán que el gran invento de la humanidad fue precisamente el aire acondicionado, que no solo marcó el verdadero inicio de la posmodernidad, sino que, según los optimistas, nos permite afrontar fresquitos la crisis climática. Allá ellos, nosotros preferimos con mucho el ventilador, que si en su modalidad manual (gente agitando artilugios para remover el aire) se remonta a 3000 años aC en Egipto, algo menos en la China del emperador Huang, y alcanzó el apogeo durante el imperio persa sasánida, con grandes y vistosas colgaduras móviles, ya en tiempos más recientes los ventiladores de techo, con aspas lentas, además de ventilar evocan el sabor dulzón y algo fermentado de la aventura, la figura meditativa de Conrad varado en un puerto del Golfo de Siam, o quizá la de Graham Greene en algún fumadero de opio vietnamita. Sobre sus cabezas, cómo no, un viejo ventilador exhausto, que más que remover el aire, remueve sus conciencias y airea su alma. ¡Ah, el ventilador de techo! Yo tengo la casa llena de ellos, además de los móviles, duermo al amparo de uno, y en una misma noche tropical alterno pesadillas macabras con sueños felices. A veces ni consigo distinguirlos, como en Las mil y una noches. El secreto de todo está en el aire, que se mueva, que circule, que no esté quieto. Para quieto, yo. Y mejor bajo un ventilador, ya que lo que achicharra a la gente, y le funde el cerebro, no es el calor sino la falta de viento, el aire cenagoso, las terribles encalmadas (véase Moby Dick). Un ventilador es viento portátil, doméstico, qué invento genial. Por El espejo del mar, de Conrad, sabemos que el viento del Oeste es enemigo del sueño y la posición yaciente, mientras el del Este siempre juega sucio, y el Nordeste te puede helar el corazón. Pero todo viento es esencial para la vida, incluidos huracanes en Jamaica, y de ahí la cantidad de metáforas y narraciones que generan. Olviden esa pesadilla del aire acondicionado. Con buen viento se llega lejos, aunque no te muevas. Y para eso, nada como un ventilador de techo. Rápido o lento, al gusto.