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A uno empieza a faltarle palabras para describir la derecha española, esa derecha que llevamos arrastrando casi un siglo como si fuera una bata de cola almidonada. Tanto partirse la boca llamándose constitucionalistas, tanto presumir de demócratas de toda la vida, tanto berreo con lo de la conjuración comunista-venezolana-bolivariana, para acabar enterándonos -casi por casualidad, dada como está la judicatura- que Rajoy había resucitado a la extinta Brigada Político Social para espiar a los 69 diputados de Podemos y a algunos de sus aliados políticos por aquello de pillarles en un renuncio y poder incriminarles a placer. Como al parecer no encontraron gran cosa, pasaron al plan B, consistente en soltarle la correa a la jauría de magistrados y jueces fascistones y acribillarlos a difamaciones, denuncias y juicios, como lo que se pretende hacer ahora con la mujer del presidente. Y digo acribillarlos porque cada parodia de juicio ha sido, y es, como una ejecución pública ante un paredón. Hay costumbres que nunca acaban de perderse.

En una de sus múltiples intervenciones cómicas, Feijóo llamaba tirano a Sánchez, eso sin soltarse la melena y sin estallar a carcajadas, que tiene su mérito. Lo de Rajoy, pasándose por el arco del triunfo las normas democráticas más elementales, sí que parece más propio de una monarquía bananera, que es donde al parecer vivimos o, mejor, donde quiere la derecha que vivamos. Da escalofríos pensar sobre lo que nos queda aún por conocer.