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Para poder dedicarse con provecho al tráfico de influencias, resbaloso delito del que se acusa a la esposa del presidente del Gobierno, lo primordial y necesario es tener influencia, un material fluido y más resbaladizo todavía que no es posible conservar en frigorífico, ni trasportar a lomos de mulas, como los viejos contrabandistas fronterizos. Ahora bien, la posesión de influencia para uso personal, incluso en grandes cantidades y a diferencia de por ejemplo la maría, no está penada, y cualquiera puede acumular cuanta se le antoje, y beneficiarse de ello en plan influencer. Es decir, que influye, que influencia (como las celebridades de internet), pero no trafica. Como ven, estamos manejando conceptos bastante abstrusos y grasientos, y aunque el diccionario de la RAE despacha a lo bruto el vocablo definiendo influencia como equivalente a poder, autoridad y dominio para forzar a alguien a hacer algo (es tráfico si ese alguien es un funcionario público), la cosa en mucho más compleja. No me extenderé en cuestiones gramaticales, pero para mí, desde el bachillerato y gracias al profesor de Lengua y Literatura, eso de las influencias siempre ha sido un tedioso asunto literario, y saber quién influenciaba a quién (¡el laberinto de las influencias, menudo tostón!), algo imprescindible a la hora de analizar un texto. Si un joven escritor no estaba seriamente influenciado por algún pez gordo de las letras, y por uno o varios clásicos, no era nadie; y si a su vez tampoco lograba influenciar a otros escritores, menos todavía. Los prestigiosos críticos literarios, constructores del canon, detectaban y perseguían como sabuesos influencias inesperadas, tan leves y remotas como el aleteo de una mosca en el condado de Yoknapatawpha, y yo mismo, para irritar a los curas, me declaré muy influenciado por la Biblia, Emilio Salgari y los tebeos de La Zorra y el Cuervo de editorial Novaro. Según mi abuela, malas influencias; para mí, no tanto como los curas. Qué espantosa murga, las influencias. Pronto comprendí que además de literarias, también eran una cuestión de negocios. De poder, según el diccionario y los influencers. ¿Y esto qué tiene que ver con la mujer del presidente del Gobierno? Nada, desde luego. Salvo que vaya tostón mediático están montando. Para influir.