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La histórica noche del sábado, cuando un capullo pirado de Pensilvania, tumbado a gran distancia sobre un tejado con el rifle de su padre, le mojó la oreja de un balazo al expresidente Donald Trump que voceaba en un mitin, yo estuve más de dos horas mirando esa escena repetida en bucle docenas de veces, mientras fumaba con aire pensativo sin saber exactamente qué estaba pensando. Luego me entró apetito, lo normal en las secuencias históricas, y me zampé dos rodajas de melón, hasta que pasadas las dos de la madrugada y tras innumerables repeticiones del atentado, incluida de icónica imagen de Trump con unas gotitas de sangre en la cara, levantando el puño y arengando a la lucha, descubrí de pronto porqué llevaba más de dos horas absorto. Aquí falta algo, mascullé. Les resultará familiar la frase, que no sólo suelen repetir mucho los detectives, con o sin cigarrillo, en el escenario del crimen, sino que a todos nos asalta con frecuencia en numerosas situaciones, no sólo criminales, cuando nos fijamos en algo el tiempo suficiente. Que ahí falta algo. Puede ser un libro, una noticia, una calle, una habitación, un teorema, la vida. A todo le suele faltar algo. Es una sensación bastante rara, muy inquietante. La primera vez que recuerdo haberla experimentado, de jovencito, fue tras varias horas tonteando con una chica, y eso que en aquel momento era feliz a más no poder. La segunda, más rara quizá, me aconteció en un vasto campo de remolachas al crepúsculo. Llevaba todo el día recolectando remolachas, estaba muy cansado, pero aun así me sobrevino el pensamiento filosófico por excelencia. Que faltaba algo. «No serán remolachas», dijo el dueño del campo y padre de la chica. «No, no, remolachas no». «Entonces no importa», dijo él. Pero sí que importa. Es como completar un puzle de 3.000 piezas y que falte una, salvo que no se ve el hueco, ni la pieza que falta. Cerca de las tres apagué la tele, pero como ya estaba absorto, seguí pensando en eso que faltaba. No lo hagan en sus casas, es perder el tiempo. Ah, la insistente sensación de que aquí falta algo. Ni la filosofía ni las matemáticas saben qué. Seguramente también sobra algo, pero eso ya lo pensaremos otro día.