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La ONU anda mosqueada porque los países pasan olímpicamente de los compromisos adquiridos para preservar la salud del planeta. Los avances son mínimos y todavía priman mucho más los intereses nacionales, incluso partidistas, que la seguridad planetaria y, por ende, humana. Una de las cuestiones que preocupan es que, con el anunciado calentamiento del clima, se están empezando a derretir grandes extensiones de permafrost, las tierras que llevan congeladas desde hace milenios en las zonas más frías del mundo. Quizá, desde fuera, podría parecer que la descongelación del suelo no tiene mayor importancia, pero dicen que en esos lodos permanecen atrapados desde tiempos ignotos bichos que podrían provocar catástrofes sanitarias a nivel global. Bacterias, virus, hongos y parásitos capaces de generar algo así como una guerra bacteriológica inesperada a escala mundial. Los investigadores creen que las altas temperaturas podrían liberar cada año cuatro sextillones de estos microorganismos potencialmente peligrosos. Parece el argumento de una película terrorífica de ciencia ficción, pero mientras estas cosas ocurren de forma silenciosa, los gobiernos prefieren centrarse en sus minucias antes que ponerle freno al desequilibrio planetario. Los aranceles abusivos que Europa pretende imponer a los coches eléctricos chinos no harán más que frenar cualquier avance en materia medioambiental, donde todo va lentísimo. Desde las alturas es fácil lanzar proclamas, participar en eventos carísimos (y altamente contaminantes) y disfrazar las políticas para hacerlas parecer apropiadas, pero a la hora de la verdad apenas se avanza. Y la naturaleza, tan sabia y cruel, sigue haciendo su trabajo en contra nuestra.