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La teoría de la probabilidad es correcta. Hay certezas que siempre se manifiestan en fenómenos aleatorios. Por ejemplo, en las reuniones de alto nivel de más de 12 personas, una es agente del Mosad. Sólo así se puede entender que la inteligencia israelí sea la mejor informada del mundo. Otro ejemplo de la teoría: en los equipos de más de 25 futbolistas, al menos dos son unos merluzos. Así lo ha confirmado la selección española que ha encandilado al mundo entero. Sí, es un equipo nuevo, repleto de nombres que no sonaban demasiado y a las órdenes de un entrenador discreto. Nada que ver con los Luis Enrique, Clemente o Aragonés de otras épocas. No había endiosamientos, todo era sencillo y eficaz, puro deporte. Incluso yo, que aborrecí las selecciones anteriores, me dejé llevar por las sensaciones que transmitía esta. Pero, ah, amigo, tras el éxito tenían que salir los merluzos. Y se manifestaron, y a lo grande. Uno es Carvajal, que despreció el saludo del presidente del Gobierno con una mano floja y la mirada hacia el otro lado. Este Carvajal es el mismo que habla de no politizar el fútbol. Pues en el Madrid se las verá con Mbappé, que también politiza, pero hacia el otro lado y con más clase. El segundo merluzo de la selección es Rodri, que en plena celebración se puso a vociferar aquello de ‘Gibraltar español’. Estarán contentos en Inglaterra, donde se gana la vida. Pero puestos a decir merluzadas, que reclame a Felipe VI, con quien festejó el triunfo. Fue un antepasado suyo quien dio Gibraltar a los británicos a cambio poder proclamarse rey de España. Sucedió en Utrecht, en 1713.