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Los países son el alma del pueblo, su referente. Esto tiene un marco: la nación en la que vives, donde naciste, murieron tus padres y vivirán tus hijos. En la Edad Media, el papado fue por un tiempo la monarquía universal cristiana con el propósito de unificar y defender las fronteras de la cristiandad frente al empuje sarraceno. No perduró, en Europa las naciones fueron tomando protagonismo y apareciendo los países. Los Reyes Católicos conformaron España como una unión de reinos y tuvieron éxito, imitado después por otros países. Las idas y venidas en la configuración geográfica de las naciones han sido largas, y al final siempre persisten las naciones con sus idiomas, su cultura y sus fronteras.

La pertenencia al grupo es una necesidad vital, ya lo dijo Aristóteles, si bien el nacionalismo es nuevo en la Historia. El nacionalismo no puede ser un medio para conseguir fines políticos, es un fin en sí mismo, basado en la idea de nación como núcleo de cohesión social y de la defensa de intereses comunes. Cuando en Alemania se desarrolló la idea del nacionalismo ante un cierto complejo cultural, se trastocó esta idea primigenia y se volvió un movimiento agresivo que ha fructificado en otros países, especialmente en momentos de crisis. El filósofo Isaiah Berlin dice en su ensayo Sobre el nacionalismo: «El sentimiento nacionalista no es intrínsecamente maligno o peligroso, sólo se convierte en tal cosa cuando es exacerbado e inflamado y adquiere una condición patológica […], entonces, el nacionalismo es sin duda la más poderosa y quizás la más destructiva fuerza de nuestro tiempo». Si todos fuéramos nacionalistas el mundo sería una guerra de todos contra todos. Las identidades son el fondo de la cultura que trasciende al individuo, pero lo que no es posible hoy es este sentimiento que tienen algunos de ser superiores a los otros. En la Edad Media fue por la religión, luego por la raza y ahora por los fallidos intentos supremacistas de crear países artificiales.

La destrucción de las jerarquías y los órdenes de vida tradicionales, según Durkheim, socavó en muchas personas la seguridad emocional, la falta de una identidad y de esos vínculos culturales, religiosos y políticos sobre los que se basa el orden social. Desde una perspectiva cercana, el nacionalismo tiene un componente caciquil. El poder de control sobre una comunidad da réditos económicos y ahí estriba en gran parte el interés que se difunde falsamente como ideología. Una sociedad abierta tiene que evitar la radicalización. La dualidad nacional/supranacional no funciona, las comunidades históricas siempre prevalecerán por mucho que se empeñen los hacedores de ideas y defensores de la globalización. La tendencia a la unificación de identidades del último siglo debería ser reformulada en una coalición de países que defienden principios básicos nacidos de su cultura, pero evitando la pérdida de su identidad que al final es causa de la desmoralización de las sociedades