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Un ensayo de reciente publicación, con la firma de diversos estudiosos españoles, teoriza brillantemente sobre la liturgia del poder. Por supuesto, todo pasa por la escenografía. Es fundamental como visualización de ese poder. Gestos «cotidianos, pero no espontáneos» –leo–, a mayor gloria del número uno en la escala de mando.

Ese libro me ha llevado a calibrar el impacto de una composición que circula por las redes sociales en vísperas de la nueva comparecencia fallida de Begoña Gómez ante el juez, que se produjo ayer.

En la composición gráfica a la que me refiero se compara el muy visible operativo público desplegado para garantizar la seguridad de la esposa del presidente del Gobierno (sirenas, enjambre de agentes del orden, furgonetas policiales, guardaespaldas, cordones de seguridad, etc) con la precariedad de medios (una lancha de goma y ya), que en febrero de este año costó la vida a dos guardias civiles que querían detener a unos narcotraficantes abarloados en el puerto de Barbate (Cádiz).

La motivación visual del poder incorpora al caso de Begoña los esforzados movimientos de periodistas apostados en la plaza de Castilla. Su fuero profesional (derecho y deber de informar) se canceló por la orden judicial que permitió a la esposa de Sánchez acceder al Juzgado por el garaje para librarla del acoso.

Cuarenta y ocho horas después de que su marido declarase ante el Congreso sus imprecisas intenciones de vacunar la democracia frente a la «bulosfera», su esposa sigue pagando las consecuencias de la arrogancia del marido. En vez de remitirse a su fe en la Justicia y punto, no resistió la tentación de recordarnos a todos quién manda aquí.