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El gobierno ha anunciado medidas para luchar contra los bulos, mentiras y manipulaciones en los medios de comunicación de masas. Aparenta ser tarea harto difícil, pero hace bien en intentarlo. Suerte.

El bulo, la mentira, y por tanto la manipulación, son consustanciales al fascismo y la extrema derecha, son la forma de conseguir que las masas apoyen con entusiasmo las opciones que menos les convienen. La Escuela de Frankfurt, a través de sus representantes Max Horkheimer y Theodor Adorno, analizó hace décadas las características de esa cultura de masas (que habían observado tanto en la Alemania nazi como en los EE. UU. de las grandes corporaciones) para concluir que se trataba de una cultura alienante, vacía de contenidos de calidad, comercial, realizada por técnicos a sueldo (y no por artistas, científicos o pensadores), difundida por los medios de comunicación de masas y cuyo objetivo es individualizar y debilitar el pensamiento colectivo.

Si hubiera que establecer un momento fundacional de la cultura de masas, elegiría cuando el padre del fascismo y dictador italiano Benito Mussolini ordenó que todos los ayuntamientos de Italia compraran una radio (carísimas en aquel entonces) y la conectaran en la plaza del pueblo en cada discurso. Por primera vez en la historia, un hombre hablaba y millones escuchaban. No es casualidad que Mussolini hubiera sido maestro y periodista, es decir, un profesional de la transmisión de cultura. Su discípulo Hitler llevó la manipulación cultural de las masas al límite, consiguiendo que todo un pueblo lo siguiera fanáticamente.

El fascismo, brazo armado del liberalismo, se centra en la infraestructura (fuerza y represión) pero sin desdeñar la superestructura (seducción y manipulación), que difunde los valores de la clase burguesa. No es extraño, pues, el auge de su uso de los medios de comunicación. La cultura de masas se ha convertido en el gran agente educador de nuestros tiempos, tan mediáticos. Florecen terraplanistas, negacionistas de todo tipo y «conspiranoicos», no solo en prensa, radio y televisión, sino youtubers, gurús e influencers. Para la Escuela de Frankfurt, la cultura de masas era «la base del totalitarismo», y lo sigue siendo.