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La imagen que desprende Biden es la misma que irradian los mayores apoyados en su bastón cruzando el ilógico carril bici de la calle Blanquerna, siempre atestado de vándalos subidos a patinetes a toda velocidad que sortean a los viandantes como si fuesen meras piedras en el camino. El presidente de EEUU sufre los lapsus habituales de su edad y uno se pregunta cómo puede estar este venerable anciano al frente de uno de los países más potentes del mundo, más cuando se ha de enfrentar a Trump en unos meses que, después del tiro en la oreja, sale reforzado como si fuese un héroe de cómic. En las filas demócratas se han encendido los marcadores en rojo y hasta Obama le aconseja que se retire de la contienda. Algo que, por otra parte, debería haber hecho ya su familia. La mayoría de la gente cuando observa que sus progenitores avanzan hacia lo irremediable les ruegan que lo dejen, preocupados por las consecuencias de seguir al pie del cañón. Uno prefiere recordarlos en su sano juicio, enteros físicamente y con dignidad. Imágenes gratificantes de tiempos que ya no volverán, pero que constituyeron lo que recibimos de esencial de aquella persona. El presidente de EEUU ofrece una imagen confusa, de no saber dónde se halla y de despiste mortal y eso fortalece a los Republicanos y aumenta el pitorreo. Le sucede lo que a Cristiano Ronaldo en el balompié: no sabe que ha llegado el momento de la retirada pese a que el resto lo ve a las claras, que prefiere recordarlo como aquel delantero centro capaz de lo mejor en los momentos culmen. Los que nunca ofrecerán una imagen digna ni aunque se encomienden al más allá son los que hacen gala de una pobre educación y dan patadas al protocolo de las buenas maneras. Se llame Alvise Pérez, Vito Quiles o Dani Carvajal por muy laureado que sea como futbolista.