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La mañana del 28 de agosto de 1936 parecía ir todo bien. Los republicanos habían tomado los días anteriores Son Carrió y Son Corb, mantenían la iniciativa y sus seis hidroaviones bombardeaban a placer al enemigo. La Batalla de Mallorca podía acabar en victoria. El piloto Freire era ya una leyenda y, como era mediodía, merendaba con los milicianos en su cuartel de sa Coma, en Sant Llorenç des Cardassar. Nada hacía pensar que en breve tendría que decidir entre salvar su vida o la de un compañero herido.

José María Freire Benítez era del Puerto de Santa María (Cádiz), estaba casado y ejercía de capitán piloto de hidroavión en Barcelona cuando sobrevino el golpe militar. Como miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), su lealtad estaba probada y combatió desde el inicio a los sublevados. Su primera misión fue bombardear Mallorca. Desde el 23 de julio formó parte de las misiones diarias que lanzaban bombas y propaganda sobre Palma, hasta que un día se llevó un enorme susto. Su hidro fue alcanzado por las fuerzas rebeldes de Mallorca y tuvo que aterrizar de emergencia. Quedó a la deriva y se salvó de milagro porque fue recogido por un buque mercante que lo abandonó en Tánger.

El 16 de agosto participó en el desembarco republicano en Porto Cristo y animaba desde el aire la batalla con continuas acometidas contra un enemigo exento de aviación y baterías antiaéreas. El día 28 todo cambió. Mientras acababa de merendar, le pidieron que trasladara a un guardia civil herido a la Menorca republicana. «Es una urgencia. Tiene una bala en el vientre», le explicaron. Freire no dudó. Estaba preparando el aparato con su compañero Beneito cuando apareció un caza enemigo. Era un CR32 italiano que ametrallaba sus posiciones y ascendía al doble de velocidad que los aviones republicanos. En una de sus pasadas, acertó sobre los hidros amarrados.

A pesar del peligro, Freire y Beneito continuaron con su plan y despegaron hacia Menorca. Nada más alzar el vuelo, vieron en su cola al caza enemigo con su letal ametralladora. Freire fue alcanzado en la cabeza y murió en el acto. El guardia civil herido también recibió un balazo. Beneito se hizo con los mandos de un aparato ya averiado y amerizó junto a la costa de Capdepera. El hidro quedó a la deriva, pero un barco republicano los alcanzó y remolcó hasta Maó. Contra todo pronóstico, el guardia civil consiguió sobrevivir. En cambio, Freire fue llevado a Barcelona como un héroe que había dado su vida por salvar a un herido.

El entierro en la capital catalana fue multitudinario. Acudieron representantes de todos los partidos y sindicatos. Las milicias de Estat Català desfilaron rindiéndole tributo y los periódicos pedían que le concedieran la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo. Sin embargo, su viuda, María Ruiz Altaba, se murió sin recibir nunca una pensión, ni siquiera en democracia. Hay una sentencia de 1982 que se la niega.

La aviación italiana cambió el signo de la Batalla de Mallorca, que acabó con retirada republicana el 4 de septiembre. El compañero de Freire aquel día, Fernando Beneito López, que había sido jefe de la Base de Hidroaviones de Pollença y preso de los golpistas en Cabrera, fue destinado a Cantabria, sobrevivió a la guerra y murió en Argentina en 1982.