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Qué espectáculo lo del recibimiento del Congreso de EEUU a Netanyahu, con la mayoría de los congresistas puestos en pie y batiéndole palmas con las orejas. No fue de extrañar, pues, que en cuanto encaró el micrófono, henchido por la ovación de quienes se consideran la mayor democracia de Occidente, soltara que necesita más armas para terminar «el trabajo» más rápido. Más aplausos. El trabajo, ese trabajo, no consiste en acabar con Hamás, tarea imposible como el propio Netanyahu sabe, sino acabar con los palestinos, erradicarlos de una vez del suelo sagrado que Yhavé le concedió a sus fieles, y sólo a ellos, por los siglos de los siglos. Aunque no sólo se lucen los norteamericanos. En Europa, tan serviles, también se ha querido arrimar el hombro y, como ya pasó en Eurovisión, ahí tenemos las Olimpiadas de París con una presencia simbólica de atletas rusos, pactada a duras penas con el COI, y a la delegación israelita paseándose bajo palio. Sólo les faltaba un cordero divino haciendo de cabra de la Legión.

Pero pese al apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea a este colonialismo abominable, Israel acabará perdiendo. Le pasará como a los americanos en Vietnam, que fueron de victoria en victoria hasta la derrota final. Por de pronto, no han liberado a los rehenes, la economía del país empieza resentirse, han perdido el crédito internacional que alguna vez tuvieron y cada vez hay mayor disidencia interna. Y, a partir de ahora, el Holocausto ya no les servirá para exculparse.