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En 2004, un periódico inglés desveló que ‘Charlie’, el loro del mítico Winston Churchill, seguía vivo. El ave tenía más de cien años y, como es normal, ya no estaba para muchas fiestas, aunque todavía pronunciaba algunas palabras, como «buenos días» o «hasta pronto». Todo muy comedido, teniendo en cuenta los ataques coléricos de su propietario, en los que decía de todo menos «buenos días» y «hasta pronto». Los periodistas empezaron a indagar en la vida del pequeño ‘Charlie’ y descubrieron que el premier británico lo había adquirido en 1937, dos años antes de la Segunda Guerra Mundial, y cuando Churchill era uno de los pocos estadistas mundiales que denunciaba que los alemanes tenían un apetito voraz. Y no precisamente de salchichas con kartoffel. Luego, cuando se confirmó la voracidad de Hitler, que empezó a zamparse a países enteros, el viejo león inglés explotaba a menudo en su residencia londinense y ‘Charlie’, como buen loro, repetía aquella cascada de exabruptos. De hecho, cuentan que cuando llegaba una visita a la casa, la mascota soltaba una retahíla de insultos contra los alemanes a modo de saludo. Vamos, que nunca podría haber intervenido en unas negociaciones de paz diplomáticas. En 1965, cuando el genial estadista murió, ‘Charlie’ fue entregado a Peter Oram, que tenía una tienda de mascotas y lo aceptó encantado. Sin embargo, había un pequeño problemilla. Muchos niños ingleses, a la salida del colegio, visitaban la tienda de animales. Y se quedaban fascinados con el irreverente ‘Charlie’, que no paraba de aullar barbaridades contra los nazis: «El Führer me va a comer la...».