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Los críticos tienen las ideas, dice la poeta estadounidense Louise Glück en uno de sus poemas; los artistas, en cambio, son solo niños, niños que juegan, sin más. Me gusta la idea. De algún modo enfrenta la mirada crítica con la mirada desprejuiciada, casi inocente. Un crítico tiene que volcar sus palabras dentro de moldes preestablecidos, dentro de ideas o conceptos que los iniciados puedan comprender. Ajustar sus palabras a esas cajitas es su gran labor. Por el contrario, los artistas, o eso parece decir Glück en su poema, tienen que buscar sus propios moldes, sus propias cajas, y ahí estriba el juego, en esa búsqueda. Lo que ocurre, diría, es que de cada vez más la crítica tiende al juego, a la mirada desprejuiciada, y los llamados artistas caen con bastante facilidad en el molde preestablecido, como si trabajaran con ideas en lugar de jugar. O quizá es que de cada vez hay más artistas metidos a críticos y más críticos entre las filas de los artistas. O puede simplemente que todo sea un enorme malentendido y el poema de Louise Glück, un magnífico poema, sin más.