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El dinero es finito y, por mucho que uno se empeñe, da lo que da de sí. Mallorca lleva años peleando por ser un destino turístico de calidad, lo que para muchos es sinónimo de caro. Pero si luego tenemos una miríada de vuelos low cost y apartamentos turísticos de origen dudoso, ¿quién no quiere venir a la Isla por cuatro duros? El truco para permitirse el paraíso está en irse al supermercado y llenar la mininevera de bocadillos y demás fruslerías para nutrirse por cuatro euros. En realidad, son 80, porque la cesta de la compra se ha puesto por las nubes.

Tampoco es de recibo que en un restaurante de comida mallorquina auténtica facture 180 euros por un tumbet de baja calidad, un escuálido conejo a la brasa y unos caracoles con alioli normales, entre otros platos (nada de lujos asiáticos) para cuatro personas. Igual la solución está en volver al humilde y delicioso pa amb oli, una oferta gastronómica que ha desaparecido prácticamente del centro de Palma. Dicen los comerciantes que ya no se ve a los turistas por el centro con bolsas. Normal: es la misma oferta comercial que en cualquier ciudad turística. ¿Quién quiere venir a la Isla a comprar patitos de goma, imanes de Mallorca fabricados en China, una camiseta de una multinacional holandesa, una bolsa de chucherías? El único que aquí está haciendo el agosto incluso en diciembre es Amancio Ortega. El Zara del Born bate récords olímpicos de facturación a nivel nacional. Henry Ford fabricaba coches que se podían permitir sus trabajadores. Igual Mallorca debería pensar en menos turistas de lujo y en un turista más de clase media, que no está reñido con la calidad.