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Finalmente, Sánchez ha cedido ante las demandas de los independentistas catalanes -da igual en qué momento lea esto- creando un desconcierto entre las propias filas socialistas del resto de España, comprometiéndose a una financiación singular para Cataluña inspirada en el modelo del cupo vasco, una especie de concierto económico, que el propio Illa negaba de su viabilidad -como el resto de los responsables del Gobierno central y del PSOE- hasta hace bien poco.

Aunque esta modificación ad hoc del sistema de financiación de las autonomías tiene visos de que finalmente no saldrá adelante por la falta de apoyo parlamentario en Madrid: Puigdemont dirá que es insuficiente y otras formaciones de carácter regionalista tendrían difícil explicación respaldar un sistema que disminuirá la financiación de su autonomía; pero puede generar una situación parecida a cuando el anterior presidente socialista, Zapatero, también primer ministro gracias al independentismo, se comprometió a aceptar cualquier estatuto que aprobase el Parlament en la campaña de las elecciones catalanas en 2003.

Los movimientos independentistas en España basan su discurso casi exclusivamente en el victimismo, y no en cuestiones de imposibilidad de convivencia o incompatibilidad de valores con el resto de las regiones españolas -una cifra mayoritaria de los actuales catalanes son descendientes de oriundos de esas regiones-, y necesitan, por tanto, puntos de conflictividad para victimizarse. Así ocurrió con los recortes del Estatut que se había aprobado en el Parlament de Catalunya en 2005.

Si bien esos recortes fueron por la clara inconstitucionalidad de un número extenso de artículos, permitió a ese independentismo, junto a la culpabilización de estos al Partido Popular y a cierto sector españolista (sic) del PSOE, iniciar una campaña de victimización que favoreció el nacimiento de un sentimiento de ofensa entre una gran mayoría de catalanes, que lo entendieron como un menosprecio hacia su identidad, costumbres y personalidad propia, y que la campaña -muy mejorable- de los populares para explicar su oposición se tradujo en ‘gasolina’ en ese fuego de indignación, fortaleciendo el discurso independentista.

Parece que, en el momento más débil y crítico del independentismo, con un Puigdemont desahuciado por las urnas reales, Sánchez se esté marcando un ZP, otorgando otro instrumento de victimización a los independentistas si, después de ese compromiso de concierto, donde se están generando las expectativas de una lluvia de millones de euros bajo la excusa de la reducción del ‘déficit fiscal’ entre lo que se recauda en esta autonomía de los tributos estatales y lo que se recibe de financiación para las competencias de la Generalitat, es rechazado por el Congreso en Madrid; su encaje constitucional es lo de menos para el sanchismo.

Zapatero reconoció su error con posterioridad de sus palabras; intentó rectificar, pero ya era demasiado tarde, el daño estaba hecho. Si no se aprobase ese ‘desconcierto’, y Sánchez quisiera seguir en la Moncloa sin pasar por unas nuevas elecciones, tendrá que ceder en la última teórica línea roja que queda: el referéndum, bajo alguna forma opaca de consulta.