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El directo de derecha con que Joe Louis derribó al alemán Max Schmeling en el mismísimo primer asalto del combate por el título de los pesados que los enfrentó en junio de 1938 en Nueva York. El cabezazo de Marcelino con que España se proclamó campeona de la Eurocopa de 1964 derrotando a la Unión Soviética en el Bernabéu. La canasta de Alexander Belov que en el último segundo supuso el triunfo del equipo de baloncesto de la propia Unión Soviética sobre el de Estados Unidos en la final olímpica de Múnich 1972. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, como dijo Clausewitz -y el combate entre Louis y Schmeling fue considerado la primera batalla de la II Guerra Mundial-, el deporte no deja de ser la continuación del debate ideológico con otros pretextos. Después de una Eurocopa que los españoles nos hemos pasado tirándonos los negros a la cabeza, desde Nico Williams a Pepe Legrá, en estos recientes Juegos Olímpicos hemos podido comprobar que no solo es posible, como dijo también no sé quién, predecir generalmente qué opina cualquier amigo nuestro sobre los transgénicos y el conflicto árabe-israelí con solo saber si se declara de izquierdas o de derechas. Ahora también podemos adivinar a la primera lo que piensa sobre el caso de la boxeadora argelina que ganó el oro en París pese a haber sido descalificada en el mundial, el hecho de que los tres primeros en triple salto hayan nacido en Cuba y ninguno sea cubano, o cuál es su valoración técnica de la actuación de Ana Peleteiro.