TW
0

La muerte de Guillem Rosselló Bordoy ha sido como la ruptura del espejo que, a lo largo y de su fértil vida, nos ayudó a entender nuestra esencia como pueblo diferenciado. Rosselló fue pionero en la profundización en la raíz islámica, la posterior conquista catalano-aragonesa y en el análisis de como estos hechos han determinado nuestra estructura como pueblo. El gran valor de su obra se define en el hecho de que nuestra sociedad no ha perdido su autoconsciencia. Mallorca aún se mantiene fiel a su naturaleza fundacional a pesar del adocenamiento hacia el que nos ha conducido el embate centralista, el boom turístico y la consecuente pérdida de valores. Su obra y su ejemplo vital nos fuerzan a resistir, a mantener la idiosincrasia como colectividad diferenciada.

Era hijo singular de una generación a la que las circunstancias les imprimieron dureza, coraje y determinación. Nació en 1932, el año del golpe del general Sanjurjo contra la República. Su niñez y adolescencia quedaron marcadas por la guerra y la escasez. Nada le acobardaba. Poseía una intuición endiablada. Paseando por el carrer Morell de Palma descubrió un luminoso día el trazado de la muralla romana de la ciudad. Compaginaba sus campañas arqueológicas con la dirección del Museu de Mallorca. En los años ochenta fue capaz de hacerle perder los papeles al Cort socialista, que quería construir viviendas sociales en el Puig de Sant Pere, justo encima de los restos de la muralla renacentista de Jaume II y de las antiguas fortificaciones musulmanas. Tuvieron que dar marcha atrás.

Allí se acrecentó en el PSOE isleño el sentimiento de mirar menos el dictado Madrid y ser más PSIB. En aquellos años, la Comisión del Patrimonio Histórico Artístico inició la senda del proteccionismo que ha llegado a nuestros días. Corresponde ahora a los discípulos de Rosselló Bordoy continuar su obra y su ejemplo.