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El arqueólogo Guillem Rosselló Bordoy, que ha fallecido en Palma a los 92 años, dirigió su mirada a Menorca.

En el recinto de taula de Torre d’en Galmés consiguió, en 1974, un hallazgo excepcional: una figurita de bronce que representaba al dios egipcio Imhotep. Y desde la dirección del Museo de Mallorca asumió la gestión y modernización del Museo de Menorca.

Uno de los aspectos de la prolija biografía de Rosselló Bordoy nos conduce al arqueólogo menorquín Josep Mascaró Pasarius. El profesor de la UIB Manuel Calvo Trias en la ponencia que presentó en las jornadas dedicadas a Mascaró, en noviembre pasado, organizadas por el IME y el Centre d’Estudis d’Alaior alude a las «discrepancias» entre estos dos tozudos homenots. Explica el profesor Calvo que, con la creación, en 1955, del Servicio Nacional de Excavaciones, Guillem Rosselló aplica nuevas dinámicas con «un proceso de alejamiento, con excepciones, de los arqueólogos sin formación académica de las praxis arqueológicas».

En este contexto sitúa Manuel Calvo la difícil relación de Mascaró Pasarius con la Academia. «Una relación compleja, que combina diferentes factores y circunstancias», subraya. En primer lugar, el distanciamiento, cuando no el conflicto entre los dos irrepetibles investigadores que «más allá de circunstancias personales, debe encuadrarse en ese contexto de expulsión de los arqueólogos sin formación académica de la praxis aqueológica».

Desde este cambio de paradigma se explica que las relaciones de Mascaró con la Academia pasasen de un puesto central, auspiciado por Gabriel Alomar en los años 60, a la periferia de la centralidad que ocupó el Museo de Mallorca en la década de los 70 y 80. Pero Mascaró, infatigable, nunca desfalleció y siguió excavando, investigando y aportando todos sus talentos y sabiduría a la arqueología de Balears.