TW
1

¿Ha dejado de ser el lujo algo exclusivo? El conocido joyero (y reputado chef) Pablo Fuster me comentó que para comprar un Rolex hay que ponerse en la cola y tener paciencia, porque la demanda supera con mucho la oferta. Es curioso, porque los precios de estos y otros relojes de gama alta se han duplicado o triplicado durante los últimos años. Hay mucho dinero que circula y que busca transformarse en algo de valor sólido. Lo mismo ocurre con los superdeportivos. La casa Ferrari, por ejemplo, no para de producir coches, y eso que mantiene la premisa de que no los vende a cualquiera, por mucho que pueda pagarlos. Sea como sea, le han aparecido marcas competidoras de éxito que son aún más exclusivas que la suya, como Koenigsegg, Pagani, Lykan o Bugatti. Mientras tanto, los nuevos modelos de la señorial Rolls-Royce parecen horteradas construidas para nuevos ricos a 20 millones de euros la unidad. Cómo interpretar todo esto resulta difícil. Es como si los millonarios no confiaran en su dinero y necesitaran invertir a mansalva en objetos de lujo. O como si ya no supieran qué hacer con tanto dinero en el banco. Menos mal que tenemos a los chinos. Ellos van haciendo el camino en sentido inverso. Inventan coches eléctricos cada vez más baratos y sofisticados. Además, imitan los bolsos chics, las perlas australianas y los diamantes de Sudáfrica como si fueran auténticos: cuesta distinguirlos. Esto es democratizar el lujo, y ya va bien, porque los salarios de millones de personas son los que son y el trabajo apenas da para vivir dignamente en un mundo en permanente transformación social.