TW
7

Toda Argentina asiste al espectáculo de las acusaciones entre el expresidente y la ex primera dama a cuenta de los comportamientos violentos del mandatario, a rebufo de los cuales se está conociendo su condición de depredador sexual.

Todo empezó con la foto de una fiesta en la residencia oficial, en julio de 2020, mientras Argentina sufría una durísima cuarentena de casi tres años, que no impidió que hubiera más de ciento treinta mil muertos. El día en que se publicó la foto, el presidente daba una paliza a su mujer, a la que siguieron lujosos regalos. También se supo que una de las invitadas fue acosada por el presidente, con éxito. Que el presidente fuera radicalmente feminista dinamita todas sus políticas de igualdad.

De la intervención de los móviles, además de las fotos de la primera dama con ojos morados, surgen listas de mujeres que acudían a la Presidencia al llamado de un hombre sexualmente descontrolado, mientras el país se hundía y sus ciudadanos de bien se veían obligados a marcharse al extranjero. Cada día aparece un vídeo nuevo de una amante en el sillón del presidente, filmada por él, diciéndose majaderías precoitales.

Para que no falte de nada, el juez que lleva el caso es un antiguo amigo del presidente, con quien se enemistó cuando este investigó sus relaciones con el poder económico y mediático. Lejos de inhibirse, le pasa factura con filtraciones inacabables.

Ahora se sabe que todo su entorno conocía la doble vida del presidente: se disfrazaba para ir a un apartamento, acosaba periodistas, contrató una jefa de imagen para su perro, ‘Dylan’, que era su amante, y así un etcétera interminable. Durante los dos últimos años gobernaba el ministro de Economía y el presidente, que no presidía nada, daba rienda suelta a sus instintos.

En realidad, el escándalo no desentona con el entorno mediático político argentino. La segunda noticia más popular hoy en día es la desaparición misteriosa de un niño de cinco años en una zona rural. Tras dos meses de investigaciones y de trasmisión en directo por las televisiones no se ha aclarado absolutamente nada, aunque varios acusados han aparecido con senadores, vinculados a gobernadores y sus entornos jurídicos, con jefes de policía en el papel contrario al que tienen que tener, fiscales y jueces que aparentan estar implicados en lo que podría ser un oscuro negocio.

Mientras vemos los trapos sucios de ayer, el nuevo presidente, de una ideología totalmente opuesta al anterior, acaba de incorporar una nueva primera dama. Es una tal ‘Yuyito’ González, cuyo exmarido dice que otros amantes de ella, como el dueño de Televisa de México, le pedían permiso, cosa que no hizo Milei. Se confirma así la ruptura de Milei con la amante previa, de la que dijo que era evidente que estaba buena.

Esto es Argentina: sale de un escándalo y entra en otro, lo cual normaliza el disparate. Desde Evita a hoy, los presidentes argentinos suelen tener una vida paralela no siempre ejemplar. Lo realmente grave es que eso no tiene pena social porque para los argentinos, si se llega al cargo, todo queda convalidado. Nunca nadie hasta ahora habló de las atrocidades de Alberto Fernández porque era el presidente, pero todo el mundo dice que lo sabía. El cargo es el éxito y el éxito lo tapa todo. No en vano Maradona, un pobre hombre, era un Dios incuestionable.

En 1989, en la misma noche electoral, tras proclamar su victoria, Carlos Menem anunció una política radicalmente contraria a la que había prometido. Preguntado por qué nunca dijo la verdad, contestó que no hubiera ganado las elecciones, y Argentina le rió la gracia. Así es que todos los políticos mienten incorregiblemente. Mentía Menem, mentía Alberto Fernández y miente Milei, que ya olvidó la dolarización, el cierre del Banco Central y aún no se cortó un brazo, como había prometido, pese a que ha subido dos impuestos.

Argentina no tiene un problema ideológico sino moral. No hay valores. Nada es verdad porque la mentira se ha instalado en todos los niveles. Sólo importa el triunfo, la riqueza. Nadie pregunta cómo se obtiene. Por eso la delincuencia campa a sus anchas: hay que enriquecerse, da igual cómo. Así van. El país se desangra entre tanto descaro.

Me preocupa pensar que hoy en España la verdad vale mucho menos que hace dos décadas, que estando aún lejos de Argentina, inalcanzable, vamos en la misma dirección, premiando al que logra la meta, sin preguntar cómo ha sido, cuánto ha mentido. Un país sin valores está condenado a la autodestrucción.

Deberíamos cuidarnos de la pérdida de referencias.