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Siempre me gustaron los mapas. Durante la Primaria solíamos hacer muchos. Primero calcábamos la silueta del continente o del país. Y luego los pintábamos con Plastidecor: cada país, con su capital, de un color diferente. Era una forma entretenida para ir conociendo dónde se hallaba cada lugar y, así, poder hacernos una idea general del mundo. La verdad es que me encantaban aquellos días en que las clases de geografía se convertían en algo casi mágico. Los mapas de ríos y montañas no me gustaban tanto como los políticos, pero gracias a la memoria fotográfica aprendimos conocimientos que todavía conservamos. Creo que hoy en día no se estila esto de hacer mapas en el colegio y que, por eso, mucha gente tiene en su cabeza un conglomerado de nombres y lugares que no consigue ordenar. A mí, que apenas he viajado, me entretiene mucho mirar mapas en blanco y jugar a ver si sé qué es lo que se esconde en cada sitio. Incluso a veces juego a completar mapas de esos interactivos, y así, además, voy repasando simplemente para entretenerme. Aún conservo algún atlas de los que usábamos en el colegio. Hay bastantes países que ya no son como entonces, y hay que hacer un doble esfuerzo para olvidarse del nombre antiguo –como Yugoslavia o la URSS– y aprender los actuales. También tengo un libro muy curioso –no recuerdo de dónde lo saqué– que es un atlas universal de literatura. Precioso. Se titula La vuelta al mundo en 35 obras. En riguroso orden cronológico van apareciendo unos textos explicativos de cada obra junto con un mapa del destino al que cada una nos lleva. Empiezas en Irak y acabas en Sudáfrica, pasándote antes por Nueva York o Londres, por ejemplo. Los mapas siempre me gustaron. Y no sé muy bien por qué. No por ser ventanas abiertas al mundo que nunca podría conocer sino, más bien, por representar un juego de nombres propios que colorear. Ahora existen mapas para todo. Mapas de gasolineras, con los que sabrás dónde es más barato repostar; mapas del calor, para consultar las temperaturas municipio a municipio; mapas del fuego, que te informan de los incendios del verano; mapas de viento y oleaje… Pensándolo bien, creo que me voy un rato al mapa de Moby Dick, a ver por dónde anda el Pequod.