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Se han preguntado alguna vez lo que más odian en esta vida? Para mí, uno de los grandes incordios es que falle la tecnología. Odio cuando se cuelga el internet. Me disgustan las actualizaciones de mi móvil, los enlaces rotos y los rediseños de webs.

Odio los mosquitos que me devoran. Odio el frío, y odio el calor. El viento y los días nublados. Las sandalias que me hacen ampollas. Quemarme la lengua con el café. Los restos de comida que se me quedan entre los dientes. Los anuncios. La borra y el polvo. Me hartan los atascos. Las colas. Los niños que juegan con balones a mi alrededor. Odio estar enferma y odio el dolor. Perder el tiempo buscando las cosas en mi bolso. Las cornisas sin canalones. Las tapas de alcantarilla que resbalan. Los adoquines despegados. Pasarme de sal. Sacar la basura. No me gusta que me llamen señora. Que me hagan esperar. Que me hagan la pelota.

Me ponen de mal humor los que comen pipas y las tiran al suelo. Los fumadores que tiran la colilla al suelo o por la alcantarilla. Peor, los que dejan caer a propósito el plástico de su caja de cigarrillos. Los que escupen el chicle en el suelo o lo pegan debajo de la mesa. Los que aparcan en doble fila. Los que aparcan cogiendo dos sitios. Los que adelantan en línea continua y los conductores que no ponen el intermitente. Me disgustan profundamente las personas que no recogen las cacas de sus perros. Me molestan los turistas que comen helado y dejan la tarrina en mi portal. Los domingueros que dejan basura en la montaña o la playa. Detesto profundamente a todos los que dejan basura y escombros en los arcenes de las carreteras. Odio abrir la nevera y que no esté lo que busco. Encontrarme el rollo de papel higiénico terminado.

Aborrezco a los cotillas y a los que se entrometen en la vida de los demás. A los tacaños. No me fío de las personas que no saludan. Por encima de todo, odio a los narcisistas y a los mentirosos porque odian con alevosía y premeditación. Y encima me siento mal por odiarlos.

Odiar son palabras mayores. Es antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea. Pero en una escala menor, estamos molestos continuamente por cualquier motivo. Nos encanta exagerar, contar anécdotas añadiendo un poco de teatro y recrearnos en las desgracias propias y ajenas. Cómo nos gusta criticar. Y remugar. En el fondo, lo sabemos: quejarnos no sirve para nada y, encima, activa el cortisol. Pero hay que ver lo a gusto que te quedas.

Vivimos en la época de responsabilizarnos de nuestros sentimientos y revisar nuestras creencias, pero también en el mundo de las apariencias. Abogo por ser ante todo más humanos y, sin caer en el victimismo, no tener miedo de ser imperfectos ni de identificar aquello que nos disgusta.