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El adagio ‘cuando África estornuda, Europa se resfría’ refleja la interdependencia entre ambos continentes, una relación profunda que a menudo se subestima en la política global. La reciente crisis del mpox (viruela del mono) en África ilustra cómo los problemas de salud pública en el continente no solo tienen implicaciones locales, sino que también repercuten en Europa y en todo el mundo.

En 2022, cuando un brote masivo de mpox afectó a los países desarrollados, la respuesta global fue inmediata: se incrementó la financiación para la investigación y la producción científica sobre el virus se disparó. Sin embargo, esta reacción fue claramente reactiva, motivada por la proximidad del problema a las naciones desarrolladas. Lo que muchos ignoraron es que los investigadores africanos llevaban años advirtiendo sobre la necesidad de invertir en herramientas de diagnóstico, tratamiento y prevención. Lamentablemente, estos llamamientos fueron desoídos hasta que la crisis tocó las puertas de Occidente.

La situación actual en África, particularmente en la República Democrática del Congo (RDC), es alarmante. Según la agencia de salud de la Unión Africana, Africa CDC, los casos de mpox aumentaron un 160 % en 2024 respecto al año anterior, con 18.910 casos y 518 muertes reportadas en 13 países africanos. La RDC, que concentra la mayor parte de estos casos, enfrenta una variante del virus especialmente letal, que afecta principalmente a los niños y se propaga entre poblaciones vulnerables.
Aunque existe una vacuna eficaz contra el mpox, la realidad para África es desalentadora. Solo dos laboratorios la producen y la mayoría de las dosis han sido preordenadas por países desarrollados. Este acaparamiento de vacunas, tristemente familiar desde la pandemia de la covid, deja a África en una posición precaria, obligada a depender de la caridad internacional para proteger a su población.
Se estima que se necesitarán al menos 10 millones de vacunas para controlar la epidemia en el continente para finales del 2025. Aunque la Unión Europea y países como Francia y Estados Unidos han prometido donaciones, estas cantidades son insuficientes para abordar la magnitud del problema. La historia parece repetirse: mientras el primer mundo asegura su propio suministro, África queda relegada.

Este enfoque reactivo y egoísta por parte del Norte no solo es moralmente cuestionable, sino también estratégicamente insostenible. La pandemia de la covid debería haber servido como una lección sobre la necesidad de un intercambio más equitativo y colaborativo de herramientas de salud a nivel mundial.

Europa y el mundo no pueden permitirse ignorar las crisis sanitarias en África. La salud global es un ecosistema interconectado; un brote en una región puede desencadenar una crisis en otra. Si Europa realmente desea protegerse, debe reconocer que su bienestar está intrínsecamente ligado al de África. Es esencial actuar de manera preventiva, apoyando a África en la construcción de sistemas de salud resilientes y accesibles, para garantizar un futuro más seguro y saludable para todos.