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A los que sudamos nos tenéis que querer igual. Este verano creo que he batido mi propio récord y he llegado a dormir hasta con dos ventiladores. Si los equipos de fútbol tienen un primer y un segundo entrenador, yo puedo tener dos ventiladores, total, hacen lo mismo, pero lo hacen dos veces. Para ciertas cosas, soy muy exagerado y cuando mejor y más cómodo me siento es cuando estoy dormido, pero últimamente duermo raro, no digo mal, digo raro. El otro día Carmen me regaló un reloj que menos la comida y pasar el aspirador hace casi de todo y por las mañanas me resume cómo han sido mis horas de sueño. El aparato en cuestión no tiene maldad y trata de ser comedido en sus conclusiones, pero más o menos me dijo que soy un desastre también durmiendo. De seis horas tuve apenas 45 minutos de sueño profundo. Recuerdo que cuando dormía con más intensidad pasó sobre las cuatro de la madrugada un tipo unineuronal con la moto a todo gas para despertar a personas ocupadas como yo, cuyo ruido de una mosca nos supone un trastorno. Abrí los ojos y ya no los cerré. Y empecé a sudar pensando en que tenía que ir al dentista al día siguiente. A llegar a la consulta, el médico entendió mi drama y me regaló un abanico, además de poner el aire acondicionado a casi cero grados. Se congeló hasta la anestesia, pero yo seguía sudando. Acabará el verano y dejaré de sudar como las Fonts Ufanes y todo se normalizará más o menos. Llegará el dilema absurdo de si hay que coger o no paraguas para bajar al periódico y sé que si no lo cojo lloverá, pero me dará un poco igual. Esos dilemas inocentes. Por fin acaba agosto, faltan dos días. Es la mejor noticia que podrán leer hoy en el periódico.