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Dijeron el otro día en la tele que el cambio climático está poniendo en peligro la tortilla de patatas. Sacada así de contexto, esta noticia puede parecer un chiste. Pero por lo visto es muy seria, ya que los acontecimientos climáticos extremos actuales están reduciendo las cosechas de patatas. Lo mismo pasa con el arroz y el trigo, motivo por el cual también se tambalean los risottos y las baguettes. ¿Se puede vivir sin tortilla de patatas? Poder, se puede, pero la gran variedad de pinchos y tapas que se pueden comer en los bares y en las fiestas hogareñas se resiente notablemente. Dónde vas a parar. De todas formas, si pronto vamos a tener que prescindir de estos productos, yo quiero creer que con el tiempo, lejos de empeorar, las cosas algún día volverán a su lugar. Tengo mis dudas acerca del cambio climático, simplemente porque me cuesta creer que justamente ahora, con la enorme lentitud con que se producen los cambios en el planeta (duran siglos y siglos y son casi imperceptibles), nos haya tocado a nosotros presenciarlo. Menuda mala suerte. Lo digo porque ha habido otros momentos de la historia en los que se han producido transformaciones parecidas. No soy ninguna entendida en la materia, pero sé que Europa vivió una Pequeña Edad de Hielo (PEH) entre los siglos XIV y XIX. No fue exactamente una glaciación, pero durante este período la actividad solar fue extremadamente baja. En España tuvieron lugar terribles sequías y el frío quemó muchos cultivos. ¿Y qué pasó después? Inaudito: hacia 1850 el mundo empezó a calentarse de nuevo y se acabó la PEH. Por eso, aunque tal vez no llegue a verlo nunca (a causa de la extremada lentitud con que los acontecimientos tienen lugar en la Tierra), quiero pensar que algún día el tiempo se volverá a normalizar y las cuatro estaciones se sucederán otra vez como antes. Estaría bien. Qué digo, bien; sería fantástico. Aunque sólo fuera por la tortilla de patatas.