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Esto: «En la lectura nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en los peligros, en los miedos de las personas que finalmente han superado los desafíos de la vida, o quizás durante la lectura damos consejos a los personajes que después nos servirán a nosotros mismos». O esto: «Cuando se lee un relato, gracias a la visión del autor, cada quien imagina a su modo el llanto de una joven abandonada, la anciana cubriendo el cuerpo de su nieto dormido...». O esto otro: «De este modo, nos sumergimos en la existencia concreta e interior del verdulero, de la prostituta, del niño que crece sin padres, de la esposa del albañil...» Y también esto: «Llorando por el destino de los personajes, lloramos en fondo por nosotros mismos». Y además: «El lector está implicado como sujeto y, al mismo tiempo, como objeto de lo que lee». ¿Quién firma estos párrafos que van entre comillas? Podrían ser de Irene Vallejo –protagonista esta tarde de la primera cita literaria del final del verano en Palma–, que ama los libros, pero no. Son de una carta del 17 de julio firmada por Francisco. Francisco es el papa Bergoglio y su misiva lleva por título «Sobre el papel de la literatura en la formación». Echa mano de todas las metáforas posibles para referirse a la literatura, algunas de su cosecha y otras de autores entre los que no falta Borges. De Proust se ocupa varias veces y sólo he notado a faltar a Flaubert, sobre todo cuando Francisco –que invita a leer en los seminarios y a «abandonar la obsesión por las pantallas, y por las venenosas, superficiales y violentas noticias falsas»– describe con precisión (y recomienda) lo que le ocurriría a Emma Bovary: que se dejaba envolver por la ficción y se figuraba como personaje de las historias que leía. No sé si la carta del papa se extenderá por los seminarios. Pero es buena lectura para un final de verano con lluvia.