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En el reino de la anarquía que es Twitter, su emperador, Elon Musk, se ha empeñado en demostrar que la red que lidera es una tierra sin ley. Impera el que dice la bobada más gorda, la cuñadez más extrema. Él mismo es el mejor ejemplo: soy el dueño del corral y puedo decir lo que me da la gana. Por eso no tiene ningún reparo en apoyar a Donald Trump, en lugar de mantenerse neutral. Así que si uno se mete en Twitter para ver vídeos de gatitos o un hilo de anécdotas históricas para olvidarse de la realidad, Musk deshace el encanto.

Son incluso entrañables los antivacunas, los que creen que Finlandia no existe o aquellos que rescatan vídeos antiguos para renombrarlos a su antojo y hacerlos servir para sus intereses xenófobos para el control de la población. El caso de Finlandia es significativo: unos padres decidieron gastar una broma a su hijo y hacerle creer que era un país inventado. De ahí saltó a Reddit y después evolucionó de tal manera que algún cretino cree realmente que hay una conspiración mundial para inventarse un país con sus cinco millones y medio de finlandeses. De esta manera, Internet, y con él Twitter, son terreno abonado para inventarse cualquier tipo de teoría. Elon Musk adquirió el gigante tecnológico para hacer y deshacer opiniones a su antojo. Hemos entrado en una era de desinformación en la que germina cualquier bobada, como que los pájaros no existen (una iniciativa para reírse de la desinformación) o que Donald Trump cuenta con el suficiente sentido común para no apretar el botón rojo nuclear. Si vuelve a ser presidente, claro. Pero Musk ya hará todo lo que esté en su mano para que repita en el cargo.