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Es lo que yo decía. Lo menos que se le puede exigir a toda esa gente que acostumbra a caminar por la calle o a ir sentada en el autobús, el tren o el metro discutiendo por teléfono es que ponga el altavoz. A ver por qué los demás tenemos que conformarnos con oír solo lo que ellos dicen y no vamos a tener todo el derecho del mundo a conocer la otra versión. Ya me explicarán cómo vamos así a saber quién tiene razón.

Basta ya de manipulaciones interesadas. La otra mañana me hice buena parte del camino de vuelta a casa andando a pocos metros de una señora que iba discutiendo acaloradamente con otra por teléfono a través, ella sí, del altavoz, y no se imaginan cómo cambia la cosa cuando te enteras de la historia completa. Me acuerdo ahora de tantas conversaciones a medias que no me ha quedado otro remedio que escuchar mientras, ya digo, intentaba viajar tranquilamente en el autobús o en el tren, y de las que, al tener como solo elemento de juicio los argumentos de un único interlocutor, he acabado realizando valoraciones precipitadas y llegando probablemente a conclusiones equivocadas. Esa chica que le dice al chico que solo quiere ser su amiga. Esa hija que le cuenta mentirijillas a su madre. Ese empleado que se excusa ante su jefe echando balones fuera. ¿Qué es eso que les interesaba tanto que los demás no escucháramos?