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En estos tiempos que nos han tocado vivir parece que hace falta recordar casi a diario que la separación de poderes y la independencia de las instituciones son clave para la salud de nuestro sistema democrático y para garantizar las libertades y derechos de los ciudadanos asegurando el cumplimiento de la ley. Por ello debemos detener la actual anulación de los necesarios contrapesos al poder y detener la bochornosa ‘okupación’ de las instituciones por parte del Ejecutivo, el último caso esta misma semana con la colocación del exministro Escrivá al mando del Banco de España.

Y esto no ha sido lo peor de este inicio del curso político, sino el mensaje lapidario lanzado por el presidente del Ejecutivo en un mitin de partido aseverando que «el Gobierno seguirá con su agenda política aunque sea sin el concurso del poder legislativo». Entiéndase como poder legislativo las Cortes Generales compuestas por dos cámaras, el Congreso y Senado, que representan ambas la soberanía popular y al pueblo español, como bien dice el artículo 66 de nuestra Constitución. Entonces, ¿es el poder legislativo un estorbo para la agenda política de Sánchez? Eso parece ser exactamente lo que dijo y lo que quiso decir, pues lo traía escrito en su discurso.

Llevamos demasiado tiempo en el que nuestros gobernantes abusan de la figura del Decreto como vía ordinaria legislativa, anulando cada vez más al poder legislativo. Se han acostumbrado a legislar ordinariamente por la vía de la excepción a golpe de ‘decretazo’ y a (sobre)regular a golpe de clic en el BOE. Y, esto, coincidiendo con el inicio del curso escolar, podíamos decir que supone un suspenso en democracia parlamentaria.

Si bien el Decreto-Ley es una figura jurídica que la Constitución limita a casos de extraordinaria y urgente necesidad, en los últimos tiempos se ha convertido en la sal que condimenta la vida política. Sin embargo, no deberíamos seguir normalizando esta práctica abusiva que supone una perversión del sistema legislativo y la consolidación de un estado superpoderoso e intervencionista. Un Estado que evoca al modelo descrito por Thomas Hobbes en su provocativo Leviatán que parece triunfar casi cuatro siglos después. Un estado representado por un Leviatán como metáfora de una autoridad soberana que posee un poder absoluto.

En definitiva, este cortoplacismo partidista y la ya normalizada erosión de nuestras instituciones solo hace que sigamos construyendo sobre falsos cimientos que, irremediablemente, nos conducirán a esa ruina como sociedad de la que hablaba Hobbes en su Leviatán.